David Jang – Exposición de Juan 21


1. Estructura y significado de Juan 21

Juan 21 suele llamarse “epílogo” o “apéndice” del Evangelio de Juan. Esto se debe a que en Juan 20:31 ya se ha indicado claramente el propósito del autor y la conclusión de su evangelio: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Si el objetivo principal del evangelio es que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y que al creer obtengamos vida, entonces el capítulo 21 aparece como una especie de relato posterior a esa conclusión. Es una sección que muestra la vida de los discípulos tras la gran culminación, y el último mensaje del Señor antes de ascender. Asimismo, traza la orientación misionera y pastoral hacia la cual debe encaminarse la comunidad eclesial.

En este capítulo 21 encontramos un pasaje muy importante. En los versículos 1 al 14 aparece la escena en la que siete discípulos están pescando en el mar de Tiberíades (el lago de Galilea) y se topan con el Jesús resucitado, acompañada de la historia milagrosa de la pesca de 153 peces grandes. Después de esto, Jesús pregunta tres veces a Pedro: “¿Me amas?” y luego le ordena: “Apacienta mis ovejas”. Con esto, no solo Pedro, sino todos los discípulos (sobre todo los líderes de la Iglesia) reciben la misión pastoral y comprenden, en último término, qué significa cuidar del “rebaño de Dios”. Y en la parte final del capítulo 21, Jesús habla sobre Juan diciendo: “Si quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (21:23), aludiendo al “tiempo” y la “fecha” escatológicos. Es una enseñanza de carácter muy existencial y escatológico, distinta del “Gran Mandato” de Mateo 28. Con ello, el evangelio de Juan, sobre la base de la gran premisa de que “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y que al creer en su nombre tenemos vida”, profundiza en cómo la comunidad cristiana, viviendo en este mundo, debe prepararse para la “venida del Señor” y el “fin de la historia”.

La escena más destacada de este pasaje es el suceso en el mar de Tiberíades. El Jesús resucitado se aparece a los discípulos cuando estaban pescando en el lago de Galilea (el evangelio de Juan lo llama el mar de Tiberíades). Es un momento lleno de sorpresa y misterio. Los discípulos habían salido a pescar por su cuenta y, aunque echaron las redes durante toda la noche, no pescaron nada. Tras la muerte de Jesús en la cruz (y a pesar de su resurrección), tal vez esperaban que el mundo se transformaría de algún modo, pero en la práctica, la realidad era dura. Esta “vuelta de los discípulos” —volver a la pesca— refleja de manera simbólica la impotencia espiritual que a veces experimenta el ser humano, la frustración ante una vida que no progresa como se espera, y el regreso a antiguas rutinas cuando la fe parece desvanecerse.

Sin embargo, cuando Jesús les pregunta: “Hijitos, ¿tenéis algo de comer?” y ellos responden “No”, Jesús les ordena: “Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis”. No era la izquierda, ni delante ni detrás, sino la derecha. David Jang y diversos predicadores han interpretado que esta “dirección” representa “la dirección que el Señor señala”. En el evangelio, la “dirección” alude al orden de la vida y a la actitud de obediencia. A menudo, las personas quieren echar la red a su manera, o allí donde se sienten cómodas (izquierda o detrás), pero el Señor da una instrucción clara: “Echadla a la derecha”. Esto puede verse como la exhortación a la Iglesia de hoy para que confirme nuevamente la dirección que Dios establece, es decir, la “misión y el pastoreo”.

Cuando los discípulos obedecen y echan la red tal como el Señor ordenó, esta se llena de abundantes peces, tanto que ni siquiera podían sacarla (Jn 21:6). Esta experiencia se conecta con el pasaje de Lucas 5, donde Jesús le dice a Pedro: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Entonces Pedro se postra ante Jesús diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”, y tras ese hecho Jesús lo llama a ser “pescador de hombres”. El episodio de Juan 21 también se interpreta como la “culminación” o “confirmación” de ese llamado. Si Jesús les indica echar la red a la derecha y les concede tal pesca milagrosa, es para mostrarles simbólicamente que serán enviados al mundo para “pescar” a los pueblos, reuniendo a “toda la gente del mundo” en el “reino de Dios”.

A su vez, en el versículo 11 del capítulo 21 se hace hincapié en algo: “y aunque eran tantos, la red no se rompió”. Normalmente, con tantos peces, la red debería romperse. Aquí se emplea una expresión casi “sobrenatural”. Desde la época de los Padres de la Iglesia hubo distintos intentos de interpretar esta simbología. Una de las más extendidas es: “La Palabra de Dios (o el Evangelio) jamás se rompe”. Agustín, uno de los Padres de la Iglesia, se fijó mucho en el número 153, interpretando que no era una coincidencia. En la tradición de la gematría hebrea, se llegó a decir que la suma numérica de la expresión “Bənē hāʾĔlōhīm” (Hijos de Dios) es 153. Existe divergencia entre los expertos sobre si esto es exacto o no, pero lo relevante es que en la Iglesia primitiva no consideraban ese número como mera casualidad. Se interpretaba que simbolizaba a la “comunidad cristiana” compuesta por aquellos que han sido llamados a pertenecer al Señor.

En la Iglesia primitiva, el pez también se usaba como contraseña entre cristianos. La palabra griega ΙΧΘΥΣ (ichthys) se entendía como un acróstico de “Iēsoûs CHristós THeoû hYiós Sōtḗr” (Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador). En tiempos de persecución, se dibujaba o grababa la forma de un pez para reconocerse entre hermanos de fe. Juan 21 presenta en conjunto esta carga simbólica: la promesa de que si la Iglesia obedece la obra misionera, “la red no se romperá” y habrá una pesca “asombrosamente abundante”. Esa es la convicción que han expresado predicadores como David Jang y muchos líderes cristianos, anunciando que “el poder de Dios y Su Palabra jamás carecen de nada, sino que operan con un dinamismo sobreabundante” en la predicación del Evangelio.

Otro punto notable de la escena es que Jesús ya había preparado brasas y tenía pan y un pez sobre ellas cuando los discípulos llegaron (Jn 21:9). Aunque los discípulos traen los pescados fruto de su obediencia, en realidad el Señor ya había dispuesto toda la mesa. Normalmente se entiende como símbolo de la “Santa Cena”. Además, conecta con el pasaje de Lucas 24, donde los ojos de los dos discípulos que iban a Emaús se abren cuando Jesús parte el pan, así como con el capítulo 6 de Juan, donde en la multiplicación de los panes Jesús se presenta como el “Pan de Vida”. Si bien los peces que trae Pedro junto a los demás discípulos son el fruto de “su esfuerzo y obediencia”, el fundamento principal es la gracia que Jesús mismo había preparado de antemano. Y así sucede también con la salvación. La esencia de la fe consiste en que Dios ya dispuso Su gracia, y el hombre es invitado a participar de ella. El pan y el pescado sobre las brasas no es simplemente una comida, sino un símbolo teológico de suma relevancia. Por más que sea necesaria la dedicación y el esfuerzo humano, el cimiento es siempre la gracia ya provista por el Señor.

Acto seguido, en Juan 21:15 y siguientes, Jesús pregunta a Pedro tres veces: “¿Me amas?”, y en cada respuesta lo comisiona a: “Apacienta mis ovejas”, “Pastorea mis ovejas”, “Apacienta mis ovejas”. En Lucas 22:34 se había profetizado que Pedro negaría a Jesús tres veces, y efectivamente lo negó públicamente en el patio del sumo sacerdote, diciendo: “No le conozco”. Pero el Jesús resucitado ahora sana esa herida y esa falla, y a la vez ratifica su vocación. Gracias a ello, en Hechos 2, tras la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, Pedro desempeña un ministerio valiente. En Hechos 4, frente a Anás (el sumo sacerdote), proclama con gran valentía: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos” (Hch 4:12). Esa es la auténtica fuerza del Evangelio.

En suma, el mensaje de Juan 21 se divide en dos aspectos clave. Uno es la “misión” y el otro es el “pastoreo”. Al hacer que los discípulos obtengan una pesca abundante, Jesús revela la “obra de evangelización y salvación para las naciones”; mientras que la orden a Pedro de “Apacienta mis ovejas” destaca la misión de “cuidar la comunidad eclesial”. Todo se realiza reconociendo que hay una “mesa preparada por el Señor” (simbolizada en el pan y el pez sobre las brasas), y se efectúa bajo la fuerza del Espíritu Santo derramada por el Señor. Por eso, al predicar sobre este texto, muchos líderes, incluido David Jang, recalcan que la Iglesia debe abrazar tanto la “evangelización” como el “pastoreo”. La Iglesia ha de abrirse a los que aún no conocen el Evangelio, y a la vez debe atender con responsabilidad y dedicación a los que ya están en la comunidad, ayudándoles a crecer.

Ahora bien, como señala el pasaje final de Juan 21 —“Si quiero que él se quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?” (21:23)—, la Iglesia primitiva se cuestionaba continuamente sobre “cuándo volvería el Señor”. En Mateo 24 y otros textos, Jesús había anunciado su regreso y el fin, y en Hechos 1:6-7, cuando los discípulos preguntan: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?”, Él responde: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad”. Esto mismo se refleja en Juan 21:23: la soberanía sobre “los tiempos y las fechas” pertenece a Dios. “¿Qué te importa a ti? Tú sígueme”, es esencialmente el mensaje del Señor. Quizás se trate del tema central del pasaje, y es un ejemplo de la postura de fe que la Iglesia debe tener mientras vive en este mundo con la mirada puesta en el “fin de la historia”. En otras palabras, la pregunta “¿Cuándo volverá el Señor?” no es tan relevante como “¿Qué debemos hacer ahora?”. Y esa respuesta se dirige con claridad hacia “Id y predicad el Evangelio a todos, y cuidad el rebaño de la Iglesia”.

Al recopilar estos mensajes, vemos que Juan 21 trasciende la conclusión del Evangelio y encierra de modo sintético la “difusión del Evangelio, el cuidado pastoral y la esperanza escatológica en la venida del Señor”, que los cuatro evangelios subrayan en común. Cuando Jesús dice “Apacienta mis ovejas”, no lo dice sólo a Pedro, sino a todos los líderes y miembros de la Iglesia de hoy. En otras palabras: “Cuiden a las personas que les he encomendado, amen al Cuerpo de Cristo, eduquen y críen a la siguiente generación, incluyendo a los más jóvenes”. En esto está incluida la dimensión misionera de llevar el Evangelio al mundo entero, de modo que muchos líderes insisten en la necesidad de “abrazar a todos los que regresan a Cristo, tal como esos 153 peces grandes, representando a la gente de todas las naciones que se une a la Iglesia”.

En sus numerosas predicaciones y escritos, David Jang ha insistido, basándose en este capítulo 21, en la visión de “una Iglesia que abrace al mundo, una comunidad misionera que se extienda a toda la humanidad, y al mismo tiempo una comunidad que fortalezca el cuidado pastoral”. La meta final de la Iglesia es lograr un balance entre “pastorear con amor al rebaño” y “evangelizar al mundo”. Cuando no hay ese equilibrio, la Iglesia tiende a desequilibrarse. Dicho de otro modo, a veces se centra sólo en atender a los feligreses que ya están dentro y se olvida de la misión; o, por el contrario, se vuelca en la evangelización a tal punto que descuida a los miembros más frágiles de su comunidad. Juan 21 remarca la importancia de integrar ambos aspectos. Jesús ordena a los discípulos: “Echad la red a la derecha” (obedecer la dirección que viene de arriba) y también “Apacienta mis ovejas” (el encargo pastoral).

Esta enseñanza es tan aplicable en el contexto de la Iglesia primitiva como en la Iglesia actual. Nuestro problema es a veces “restringir los tiempos y sazones a nuestro propio modo”. Creemos que el Señor vendrá pronto, pero no vivimos en consecuencia. O la comunidad cristiana se encierra en sí misma, desconectándose del mundo. Pero en el capítulo 21, la palabra es clara: “Aunque no sepáis cuándo vendrá el Señor, cumplid la misión que se os ha encomendado”. Esta misión es evangelizar a las naciones y cuidar del rebaño del Señor. El último mandamiento —“Apacienta mis ovejas” y “Echad la red a la derecha”— no puede implementarse de manera parcial; uno solo de estos elementos no basta para edificar la Iglesia por completo.

Además, se integra aquí una visión de la historia y del mundo. En Juan 21, Pedro, uno de los siete discípulos, vuelve a pescar en el mar de Galilea. Pero sólo cuando obedece al Señor experimenta una pesca fructífera. De esto aprendemos que la historia no se forja meramente con el esfuerzo humano, sino cuando seguimos el llamado que Dios nos da. Es preciso explorar hacia dónde se dirige la historia que Dios conduce, y comprender el sentido último de la historia y el futuro del mundo según la mirada bíblica, para no dejarnos sacudir y no caer en un egoísmo acomodado ni refugiarnos sólo en nuestro pequeño mundo. Por ello la Iglesia necesita enseñar a los jóvenes y a la segunda generación la perspectiva bíblica de la historia y del mundo. La historia humana no es fruto del azar ni de un proceso estrictamente material, sino que avanza bajo la providencia de Dios, y en la segunda venida de Jesucristo se producirá la consumación de la salvación y el juicio final. Este énfasis es crucial.

En tal sentido, el mensaje central de Juan 21 es “cómo los discípulos enfrentan la realidad tras la resurrección de Jesús, cumpliendo la obediencia misionera y la responsabilidad pastoral”. David Jang lo define como “la esencia de la misión en la tensión entre la evangelización y el pastoreo”. En la práctica, habla de fundar iglesias, crear escuelas, impulsar ministerios en medios de comunicación y en el ámbito cultural a fin de llevar el Evangelio a los 153 lugares del mundo (lo que él llama la “Visión 153”). Así se conectan el simbolismo de los “153 peces grandes” con el anhelo de reunir al pueblo de Dios en todo el globo.

Cuando la Iglesia busca difundir el Evangelio al mundo, a menudo éste ejerce presión o influye de forma que la misión pierda su verdadero norte. La solución es aferrarnos a la “derecha” que el Señor indica, a esa “dirección clara” que Dios señala. David Jang y muchos líderes involucrados en la misión mundial señalan este principio al enviar misioneros y animar a la Iglesia a adaptarse a los retos socioculturales sin por ello diluir la esencia del Evangelio. La Palabra de Dios (la red) no se romperá jamás. Aunque la Iglesia alcance a muchísimas personas en el mundo, podrá resistirlo. El verdadero problema se produce cuando la Iglesia pierde su rumbo y echa la red en otro lado o deja de echarla. Precisamente el recordar esta enseñanza es la vía para experimentar la “abundancia” y la “vida” que Juan 21 describe.

En la escena, los discípulos, que inicialmente no reconocen a Jesús, acaban exclamando con alegría: “¡Es el Señor!” (Jn 21:7). Esto enseña a la Iglesia de hoy cómo vivir después de la Pascua. No basta con un conocimiento puramente intelectual de la resurrección; hay que experimentarla en la vida diaria, obedeciendo la senda que indica el Señor. Ante esto, la reacción de Pedro —que se viste y se lanza al agua— revela un fervor extraordinario. Varios teólogos interpretan ese gesto como un símbolo de su “nueva pasión y amor restaurado” por Jesús. Aunque arrastraba el recuerdo amargo de haberlo negado, su acto de lanzarse inmediatamente al encuentro del Señor significa un “nuevo comienzo”.

Por tanto, Juan 21, aunque siga al capítulo 20 que cerraba el Evangelio, relata un “nuevo inicio”. Jesús, al resucitar, venció la muerte, y lo muestra a los discípulos. Ellos, por su parte, se hallaban ante una realidad que no comprendían del todo, pero seguían con sus labores de pesca en el mar de Galilea. Ahora, ante esa circunstancia cotidiana, se les encomienda la misión de “predicar el Evangelio y alimentar las ovejas”. Para Pedro y los demás, no era un encargo ligero, pues lo recibieron tras el suceso capital de la cruz y la resurrección. Pero el Señor nunca los dejó solos. Él ya había preparado el fuego y la comida, y personalmente les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca”. De igual modo, la Iglesia de hoy puede constatar que, aunque cambien los tiempos, la guía del Señor sigue siendo la misma. Cuanto más nos acercamos al final, más necesitamos aferrarnos a la misión de “evangelizar, pastorear, comprender la historia y el mundo y formar a la siguiente generación”.


2. Práctica de la evangelización y el pastoreo, e interpretación de la historia y el mundo

Al exponer Juan 21, David Jang subraya de modo especial los dos pilares de “misión y pastoreo”. Denomina este capítulo “el capítulo de la evangelización y el pastoreo” y recalca que, desde la Iglesia primitiva hasta la actual, son tareas esenciales que la comunidad de fe no puede descuidar. La misión es como la escena del mar de Galilea: echad la red a la derecha y, obedeciendo la voz de Jesús, id al mundo entero. El pastoreo se refiere al triple mandato de Jesús a Pedro: “Apacienta mis ovejas”, un encargo de amor y cuidado que debe ejercer la Iglesia, tanto dentro como fuera de su comunidad. Estos dos aspectos no pueden separarse. Si uno de ellos se enfatiza de manera excesiva, el equilibrio eclesial se quiebra.

Comencemos con la evangelización. Después de la resurrección, Jesús se les aparece a los discípulos en Galilea, tal como reflejan varios evangelios. Mateo 28 relata también que el Señor se encuentra con ellos en un monte de Galilea y les da el “Gran Mandato”: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28:19-20). Ahí anuncia que tiene “toda potestad en el cielo y en la tierra”, y por eso les dice “id”. En Hechos 1:8, igualmente afirma que, con la venida del Espíritu Santo, recibirían poder y serían sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”.

Al reflexionar sobre estos textos, David Jang integra la enseñanza de Juan 21 subrayando la importancia de la “obediencia” en la evangelización. Para lograr una “gran pesca” sin que la red se rompa, se necesita oír y obedecer la voz del Señor. A veces, en la praxis misionera, nos apoyamos demasiado en estrategias o estadísticas humanas. Sin embargo, cada generación, cada cultura y cada región es distinta. Es crucial que la Iglesia escuche la “dirección del Señor” y no se limite a sus propios cálculos o experiencias, pues corremos el riesgo de terminar sólo con redes rotas. En cambio, por más difíciles que sean las circunstancias, si seguimos la guía y la forma de obrar del Señor, tendremos el mismo “avance prodigioso y vivo” que la Iglesia primitiva.

David Jang insiste en que la evangelización y la misión no son un simple complemento, sino un rasgo esencial del ser de la Iglesia. Asimismo, plantea una visión muy concreta de “misión mundial”. Siguiendo la interpretación simbólica de los 153 peces, habla de la “Visión 153”, o sea, llevar el Evangelio a 153 regiones del planeta; construir escuelas, seminarios, hospitales, centros de medios de comunicación, etc. para enseñar y cuidar a la próxima generación. No se trata de “cumplir un número”, sino de creer firmemente que la “red de Dios” jamás se rompe y que, por ende, podemos actuar con valentía en una obra misionera amplia y real. Quizá muchos se pregunten: “¿Cómo puede la Iglesia hacerse cargo de una tarea tan enorme?”. Pero no olvidemos que los discípulos, antes de la pesca milagrosa, no tenían más que el testimonio de una noche de trabajo infructuoso. Fue el mandato de Jesús —“echad la red a la derecha”— lo que generó la cosecha inesperada. Esa es la dinámica que se extrapola a la misión: “Dios dirige la misión, nosotros obedecemos y experimentamos Su gracia sobreabundante”.

Al mismo tiempo, la Iglesia debe fomentar el pastoreo. Que Jesús interrogue a Pedro tres veces y repita “Apacienta mis ovejas” no sólo repara la negación triple de Pedro, sino que expresa la exigencia de “hacerte cargo, de manera fiel, de las ovejas que he puesto bajo tu cuidado”. En la Iglesia, el líder es quien guía a las ovejas a pastos seguros, las alimenta con la sana doctrina y cura sus heridas. Sin un verdadero pastoreo, aunque la evangelización atraiga a muchas personas, éstas podrían terminar sin recibir el alimento necesario, con lo cual no crecerían o incluso se irían lastimadas. Por eso, misión y pastoreo deben funcionar al unísono. El Señor dirige a los discípulos a “echar la red” (misión) y acto seguido enfatiza “apacienta mis ovejas” (pastoreo). Es el gran llamado que la Iglesia recibe hoy: alcanzar al mundo y, a la vez, cuidar a sus miembros a través de la Palabra y el amor.

Este pastoreo trasciende los muros de la Iglesia y se proyecta también al servicio en la sociedad. David Jang ha expresado en diversas predicaciones y escritos que la Iglesia debe salir al encuentro de los pobres y necesitados, compartiendo no sólo el Evangelio, sino también educación, sanidad y recursos culturales. Esto era lo que hacía la Iglesia primitiva, que, aun siendo perseguida por el imperio romano, cuidaba de huérfanos, viudas y enfermos. Es una forma de llevar a la práctica el “Amad al prójimo” que Jesús enseñó. Así, “Apacienta mis ovejas” no se limita al interior de la comunidad, sino que se expande a la dimensión social y global. Para ello, la Iglesia requiere ampliar su perspectiva histórica y global. No debe encerrarse en sus propias fronteras culturales o nacionales, sino asumir el llamado de Abraham: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre” (Gn 12:1). David Jang también aboga por esta visión global, recalcando la urgencia de formar a las nuevas generaciones con una perspectiva bíblica de la historia y del mundo, para que entiendan que la salvación no es únicamente personal, sino que abarca la salvación del mundo entero.

Hoy, muchos jóvenes viven en una cultura dominada por el postmodernismo, centrada en el “yo” y con escasa reflexión sobre a dónde se encamina la humanidad. Pero la Biblia nos dice: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (Mr 16:15), y “No os conforméis a este siglo” (Ro 12:2). Es una invitación a participar en el plan salvífico global de Dios. Cuando la Iglesia no enseña esta visión a la segunda generación, éstos pueden dejarse arrastrar por la cultura del placer y la complacencia, perdiendo la vocación de “pescadores de hombres”. Así, el mensaje de Juan 21 —“echad la red a la derecha” y “apacienta mis ovejas”— no sólo va dirigido a la época de los discípulos o a los líderes eclesiales, sino a todos los padres, educadores y creyentes, recordándonos que debemos inculcar la perspectiva divina de la historia y el mundo a nuestros jóvenes.

“Señor, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada, pero en tu palabra echaré la red” (cf. Lc 5) es el espíritu que debemos cultivar. Aunque en lo material o en lo humano no veamos resultados, si llega el tiempo de Dios y obedecemos Su dirección, experimentaremos algo tan impresionante como la pesca de “153 peces grandes”. David Jang interpreta este número de la siguiente manera: “Representa la totalidad de los ‘hijos de Dios’ que entrarán en la red del Evangelio que sostenemos. Esa red es la Palabra de Dios, que nunca se rompe. Por lo tanto, la Iglesia no debe temer que la red se rompa, sino pensar en cómo atraer a más almas a ella”. De este modo, la afirmación de que “la red no se rompe” refleja la fe en la solidez del Evangelio y la abundancia de poder que en él reside.

En definitiva, Juan 21 enseña la relación simultánea entre misión y pastoreo, y también, en un trasfondo escatológico, muestra el camino de la Iglesia. El texto refleja “el deseo de Cristo de que la comunidad cristiana se extienda sin cesar, y a la vez crezca en su dimensión interna”. La historia eclesiástica atestigua esta dinámica: en el imperio romano, en la Edad Media, en la Reforma, en la era moderna, la difusión del Evangelio condujo a la formación de congregaciones y al fortalecimiento del rebaño. Evidentemente, hubo errores y fracasos, pero el fundamento permanece: estamos llamados a echar la red y a apacentar el rebaño. Además, no debemos obsesionarnos con “cuándo llegará el fin”, sino depositar ese asunto en la soberanía de Dios y cumplir nuestro deber en el presente, según la instrucción: “¿Qué a ti? Sígueme” (cf. Jn 21:23).

Ése es el significado de “¿Qué a ti?” (21:23). Dicha frase se dirigía a la comunidad cristiana que debatía acerca de la segunda venida de Jesús, pero también a la Iglesia de hoy, tras dos milenios. Como creyentes, nuestra prioridad no es adivinar la fecha exacta del regreso de Cristo, sino predicar y amar al rebaño hasta que Él regrese. David Jang señala: “Éste es el carácter escatológico, misionero y pastoral de Juan 21”. Siempre que la Iglesia aborda un nuevo curso pastoral o celebra su asamblea anual, se rememora este pasaje, renovando la convicción de que participamos en el gran diseño de Dios para la historia y el mundo.

Si la Iglesia se ensimisma y se contenta con su prosperidad, corre el riesgo de perder el rumbo y echar la red al lado equivocado. Cuando goza de cierto bienestar, puede olvidar el llamado de Dios y sucumbir al entretenimiento mundano. Pero Jesús en Juan 21 es claro: “Echad la red a la derecha, apacentad mis ovejas, y no especuléis sobre los tiempos y sazones, sino vivid con conciencia escatológica y predicad el Evangelio”. Esta comisión sigue vigente, y la misión de la Iglesia se concreta en “cuidar internamente a sus miembros (pastoreo) y extenderse hacia el mundo entero para formar discípulos (misión)”. Esto debe ser el “punto de referencia” al planear la labor y la dirección de la Iglesia cada año.

Cuando la Iglesia echa raíces en una región, sus habitantes experimentan el culto, la formación espiritual y el cuidado mutuo en el contexto de su cultura y de las estaciones del año. Por ejemplo, sentir la belleza de cada estación en Dover puede volverse algo más profundo y espiritual si está impregnado por la oración, la comunión y la adoración que la Iglesia promueve. Decir que la Iglesia “ha entrado en la era de la construcción” no sólo implica la construcción de un edificio físico, sino también la decisión de “despertar y mirar hacia el mundo y la historia, abriendo una nueva etapa”. Esa transición empieza por “obedecer la indicación del Señor de echar la red a la derecha” y por “prepararse para apacentar el rebaño”.

David Jang, y todos los líderes y creyentes que sueñan con la misión y el pastoreo a la luz de Juan 21, procuran fundar escuelas para educar a las nuevas generaciones, establecer centros misioneros en diversos países y difundir el Evangelio y el amor de Cristo. En conjunto, la acción de la Iglesia pone en práctica aquello de los “153 peces grandes” y el “Apacienta mis ovejas”, expandiendo la comunidad de los hijos de Dios (Bənē hāʾĔlōhīm) por todo el mundo.

Por ello, hoy más que nunca debemos escuchar la pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Y si hemos recibido la vida eterna por creer en el Hijo de Dios, ahora nos corresponde comprometernos en la salvación del mundo. Aunque no sepamos con exactitud cuándo regresará Cristo, la Iglesia y cada creyente deben aferrarse a las oportunidades de servicio misionero y pastoral que tienen ante sí. Al esforzarnos por ello, veremos florecer el reino de Dios en cada localidad (sea Dover o cualquier otra parte del mundo), y la segunda generación crecerá con una sólida visión histórica y mundial. El día que el Señor vuelva, nos recibirá con un “¡Bien, buen siervo y fiel!”, y nos sumaremos al banquete de gozo. Ése es el desenlace de Juan 21 y, según David Jang, el “gran final” de los evangelios.

De este modo, comprendemos que Juan 21 no es un “apéndice accidental” tras la afirmación central de Juan 20, sino un capítulo esencial donde se expone la aplicación práctica de “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y al creer obtenemos vida”. Esta aplicación gira en torno a: “Mientras esperamos la segunda venida de Cristo, no nos obsesionemos con el momento, sino cumplamos fielmente la dirección (echar la red a la derecha) y la responsabilidad (apacentar mis ovejas) que se nos ha dado”. La Iglesia, cumpliendo este mandato, llegará finalmente a la unión perfecta con Jesús, el Novio, tal como se anuncia en el Apocalipsis. Mientras tanto, “el gran banco de peces” irá llenando la red sin romperla. Así, confluye la doble perspectiva del capítulo 21: la evangelización, de la que habla su primera parte, y el pastoreo, en la segunda. A ello se suma una tercera línea subyacente, la visión escatológica. Pero lejos de dar detalles sobre el fin, Juan 21 remite a la soberanía divina sobre los “tiempos”, y llama a la Iglesia a asumir la misión y el cuidado de las ovejas hasta la venida del Señor.

En la Iglesia primitiva y también en la actual, las personas suelen preguntarse: “Señor, ¿cuándo volverás?”. Pero Jesús responde: “¿Qué a ti? Tú, sígueme y cumple la tarea que te he encomendado: anunciar el Evangelio y apacentar mis ovejas”. Ésta es la ruta que traza Juan 21. Al combinar evangelización y cuidado pastoral, el mundo llegará a ver la gloria de Dios, y la Iglesia se convertirá en una comunidad de alabanza y gratitud. David Jang resume: “Ésta es la razón de ser de la Iglesia en la actualidad y el núcleo de lo que Juan 21 nos invita a practicar”. Para llevar el Evangelio a la cultura, a la educación y a todos los ámbitos sociales, la Iglesia debe enseñar a sus hijos la visión bíblica de la creación, la redención y el fin de la historia. Si los jóvenes no descubren la meta divina de la historia, el mundo los arrastrará con sus tentaciones, debilitando la misión de la Iglesia.

En conclusión, Juan 21 es el epílogo del Evangelio de Juan, mostrando cómo el Jesús resucitado hace un milagro en el mar de Tiberíades y establece una conversación de amor y compromiso con sus discípulos —especialmente con Pedro— para conferirles una misión definitiva. “Me voy a pescar” había dicho Pedro, iniciando un acto aparentemente ordinario. Pero ese suceso sirvió para que Jesús ordenara echar la red a la derecha (misión) y luego convocara a Pedro a que apacentara sus ovejas (pastoreo). Así el episodio contiene un encargo universal: mientras esperamos el regreso de Cristo, la Iglesia debe “pescar hombres” y “alimentar el rebaño”. Esto se dirige no sólo a los discípulos de la historia, sino a todas las generaciones posteriores, incluida la nuestra. Aunque el Señor ascendió al cielo, sigue preparando el fuego, el pan y el pez, y guiando la red hacia la abundancia. Y al igual que Pedro vivió un proceso de restauración, la Iglesia de cada época puede renovarse al obedecer el mandato del Señor.

Este mensaje es también el que mueve a David Jang y a muchos líderes cristianos a proclamar el Evangelio por todo el mundo. No podríamos agotar aquí todas las palabras y hechos de Jesús, pero el centro está en su pregunta “¿Me amas?” y en su mandato “Echad la red a la derecha, apacentad mis ovejas”. La Iglesia que guarda estos mandatos experimenta que Dios no sólo salva al individuo, sino que avanza con su plan soberano para la historia y el mundo. Y cuando Cristo regrese, todos —incluidos los rescatados de entre todas las naciones— celebraremos la vida eterna con Él. Éste es, a la vez, el mensaje final de Juan 21 y el que, según David Jang, expresa de manera definitiva la culminación de los evangelios.

En resumen, el capítulo 20 de Juan cierra afirmando el núcleo del Evangelio —“Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y creyendo tenemos vida”—, y el capítulo 21 añade instrucciones prácticas sobre “cómo vivir esa fe en la realidad”. Y dichas instrucciones se condensan en “no os preocupéis tanto por el cuándo vendré otra vez, sino obedeced la dirección que os doy (echad la red a la derecha) y la tarea de alimentar mis ovejas”. Mientras la Iglesia camina en esta obediencia, culminará finalmente como la Esposa que se une con Jesús, el Novio, al final de los tiempos, tal como describe Apocalipsis. Hasta entonces, “153 peces” simbolizan la multitud de almas que seguirán entrando en la Iglesia, y la red, la Palabra de Dios, no se rasgará.

Así, Juan 21 realza dos ejes principales —evangelización y pastoreo— y, tras ellos, deja patente su trasfondo escatológico. No obstante, no revela cuándo llegará el fin. Antes bien, subraya el señorío de Dios sobre los tiempos y sitúa a la Iglesia en una posición activa: predicar el Evangelio y apacentar las ovejas, en vez de caer en disputas sobre el “cuándo”. Ya en la Iglesia primitiva, y también ahora, solemos preguntar “Señor, ¿cuándo volverás?”, pero Jesús responde: “¿Qué te importa a ti? Predica y pastorea en el ínterin”. Esa es la esencia. Por ende, la labor de la Iglesia es llevar el mensaje al mundo (como echando la red) y nutrir a los hermanos (pastoreando). De ese modo, el mundo verá la gloria de Dios, y la Iglesia se convertirá en una verdadera comunidad de alabanza y gratitud. Para David Jang, esto es “el fundamento del capítulo 21 de Juan que debemos encarnar hoy”. Además, la Iglesia, para expandir el Evangelio en la cultura, la educación y las demás áreas sociales, tiene que inculcar en la segunda generación una comprensión bíblica de la historia. Si no, los jóvenes podrían sucumbir al conformismo secular, debilitando la labor de la Iglesia.

Juan 21 cierra el Evangelio de Juan como un “epílogo” y, a la vez, presenta un amanecer, con Jesús resucitado obrando en el mar de Tiberíades, revelando su poder y su amor. De ahí surge el “toma y daca” con Pedro, que recupera su vocación tras haberle negado. Es un relato que supera lo anecdótico y se eleva a un “encargo universal” para la Iglesia: “Mientras esperáis al Señor, echad la red e id a buscar a todos los pueblos, y alimentad el rebaño que ya está en la Iglesia”. Ése es el mensaje que hoy en día seguimos recibiendo, según lo entiende David Jang y muchos otros líderes mundiales. Como declara el Evangelio al finalizar, ni aun el mundo entero podría contener todos los libros si se escribiera detalladamente cada palabra y obra de Jesús. Pero la esencia —“¿Me amas? Entonces, echa la red a la derecha y alimenta mis ovejas”— basta para que la Iglesia cumpla su misión, se inserte en el plan de Dios y, finalmente, lleve innumerables almas a la vida eterna. De eso se trata la exhortación y la invitación de Juan 21, un mensaje que no debemos pasar por alto.

El hilo conductor de Juan 21, su sentido teológico y práctico, la interpretación que propone David Jang y la misión actual de la Iglesia (evangelización, pastoreo, formación de la siguiente generación y visión global) pueden resumirse con una sola conclusión: “La labor principal de la Iglesia, tras la culminación del Evangelio, es la evangelización y el pastoreo, siguiendo la dirección y el poder que el Señor ya ha dispuesto. Hemos de obedecer día a día Su voluntad”.

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