El sufrimiento y el amor de la Cruz – Pastor David Jang


1. El significado de la cruz de Jesús

El hecho de que Jesucristo fuera clavado en la cruz es el núcleo de la fe cristiana y el acontecimiento de salvación más importante destacado en todos los evangelios. El pasaje de Juan 19:17-27 describe, de manera relativamente breve, desde la crucifixión de Jesús hasta el momento en que entrega su espíritu. Sin embargo, detrás de ese breve relato se esconde un sufrimiento tan profundo que las palabras humanas no alcanzan a expresarlo por completo, y al mismo tiempo, un amor igualmente inmenso. Aquí, podemos reflexionar sobre el significado de la cruz que el pastor David Jang nos presenta y el mensaje que ese sufrimiento nos transmite hoy en día.

En Juan 19:17 leemos: “Tomaron, pues, a Jesús, y él salió cargando su cruz hacia el lugar llamado de la Calavera (en hebreo, Gólgota)”. Gólgota, que significa “Calavera”, fue el sitio donde Jesús fue ejecutado, una colina que el Imperio romano usaba para llevar a cabo las penas máximas. La crucifixión era considerada entonces uno de los castigos más crueles, pues el condenado debía cargar con la propia cruz en la que sería crucificado hasta el lugar de ejecución, un castigo que manifestaba la crueldad humana en su punto más extremo. Jesús aceptó y soportó voluntariamente esa forma de ejecución, cargada de odio y maldad, y el evangelista Juan lo describe de manera concisa para mostrarnos que el camino de la cruz de Jesús fue el camino de sufrimiento que él eligió para nuestra salvación.

Al interpretar esta escena, el pastor David Jang recalca lo sagrado y sobrecogedor que es el pecado de la humanidad y el sacrificio de Jesús al cargar con ese pecado. El hecho de que Jesús llevara la pesada cruz y subiera la colina del Gólgota no solo fue un episodio histórico de ejecución, sino el acto redentor que libraría a toda la humanidad del yugo del pecado y la muerte. Se trata de un amor tan grande que supera la comprensión humana, y al mismo tiempo, un sufrimiento atroz. Por ello, según el pastor David Jang, los autores de los evangelios, en ocasiones, guardan silencio o relatan muy brevemente lo sucedido, en un intento por captar esa verdad tan pesada.

En la época, los criminales condenados a la crucifixión iban acompañados de cuatro soldados romanos. Se les colgaba del cuello una tablilla con la acusación correspondiente y, para que el máximo número de personas pudieran presenciarlo, los hacían recorrer un camino más largo hasta el lugar de la ejecución. A veces, se ofrecía al reo la posibilidad de defenderse por última vez, pero, por lo general, aquel recorrido no era más que un despliegue de burlas, dolor y humillación extrema. El rótulo “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos” también fue colgado sobre la cruz. Muchos líderes judíos se sintieron ofendidos, pues consideraban que atentaba contra su orgullo religioso, pero Pilato se negó a retirarlo. Paradójicamente, esa burla se convirtió en una declaración que dejó grabado en la historia que Jesús, en verdad, es el Rey.

En Mateo 27:27-31 se describe con más detalle lo que Jesús sufrió en el camino hacia el Gólgota. Los soldados lo vistieron con un manto escarlata, le pusieron una corona de espinas en la cabeza, lo humillaron y le escupieron, además de golpearlo con una caña. Después de eso, lo obligaron a cargar con la pesada cruz hasta el lugar de la crucifixión. Jesús hizo solamente el bien, sanó a la gente y enseñó el amor, pero finalmente fue víctima del odio de un grupo de falsos acusadores y padeció el castigo más extremo.

El pastor David Jang se detiene en este punto para enfatizar que el sufrimiento de Jesús no se limitó al dolor físico, sino que asumió sobre sí mismo todo el pecado y la maldad de la humanidad. Los soldados romanos, los líderes religiosos judíos e incluso quienes se burlaban de él llamándolo “Rey de los Judíos” representaban la maldad que habita en el corazón humano. Aun así, Jesús no huyó de sus burlas ni de su violencia; llegó hasta la muerte en la cruz para ofrecernos el perdón de los pecados y el camino de la salvación. Este es el mensaje central que el pastor David Jang recalca.

La aparición de Simón de Cirene es una escena muy significativa en los evangelios (Mt 27:32; Mc 15:21). Cuando Jesús ya no pudo cargar más con la cruz por la fatiga, los soldados romanos obligaron a Simón a llevarla. La Biblia registra que Simón era el padre de Alejandro y de Rufo, una mención que va más allá de lo meramente histórico, pues más tarde Rufo sería importante en el seno de la iglesia (Ro 16:13). Esto sugiere que la experiencia con la cruz de Jesús produjo un cambio enorme en la familia de Simón.

El pastor David Jang explica que, incluso de forma obligada, llevar la cruz de Jesús puede convertirse en un medio para comprender de manera especial el sufrimiento de Cristo y transformar toda una vida. Simón, quien había llegado a Jerusalén solo para celebrar la Pascua, al cargar con la cruz de Jesús, experimentó qué significa “llevar el peso por el pecado de otro”. Así, la cruz tiene el poder de provocar una transformación sagrada en las personas y renovar familias y comunidades.

En Mateo 27:33-34 se menciona que, al llegar al lugar llamado Gólgota, le ofrecieron a Jesús vino mezclado con hiel. Esta bebida actuaba como una especie de anestésico para paliar la intensidad del dolor que sufría el crucificado. Sin embargo, Jesús probó esa mezcla y la rechazó. El pastor David Jang destaca que esto demuestra que Jesús no quiso soportar nuestro pecado “a medias” ni “aminorando su dolor”, sino que asumió todo el castigo y sufrimiento que acarrea el pecado de la humanidad. No rebajó su sacrificio, sino que lo asumió por completo y de manera integral, y así nos trajo la libertad verdadera.

En Juan 1:29, Juan el Bautista apunta a Jesús diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Esto simboliza la esencia del sufrimiento de Jesús. Del mismo modo que el cordero pascual del Antiguo Testamento protegía al pueblo de Israel de la muerte, Jesús se ofreció como el Cordero que rescata a la humanidad entera del pecado y la muerte. El pastor David Jang subraya la importancia de mantener siempre presente esta idea de la “expiación sustitutoria”: Jesús cargó con nuestro pecado. Cada paso que dio cargando su cruz hacia el Gólgota, llamado “Calavera”, fue una marcha de amor que transformó el curso de la historia humana.

El pastor David Jang ve también en la enseñanza “amad a vuestros enemigos” la culminación del suceso de la cruz. Jesús, aun cuando estaba siendo golpeado, ridiculizado y escupido, oró diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34). Se trata del ejemplo más contundente en el que la enseñanza de Jesús y su vida coinciden de forma perfecta. Al insistir en ello, el pastor David Jang recalca que, cada vez que contemplamos la cruz, hemos de aprender de la total coherencia entre la vida y la palabra de Jesús. No basta con hablar de amor o perdón; hay que practicarlos incluso con nuestros enemigos. Esa entrega radical que fluye de la cruz es la verdad más bella del discipulado cristiano.

Otro aspecto importante del suceso de la cruz es que en ella “la justicia y el amor de Dios se cumplen al mismo tiempo”. El pastor David Jang enseña que, si bien la santidad de Dios exige un juicio sobre el pecado, su gracia y misericordia infinitas se consuman en la sangre derramada por Jesús. Ambos elementos no están en oposición, sino que, en la cruz, se integran en una gran narrativa. Jesús mismo afirmó que había venido “para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10:45), y con su muerte en la cruz abrió la vía para que fuéramos declarados justos. El camino para salir de la esclavitud del pecado y acercarnos libremente a Dios fue abierto con la sangre que Jesús derramó al subir la colina del Gólgota; ese es el núcleo del evangelio cristiano.

El pastor David Jang hace hincapié en que “aunque la crucifixión era la muerte más vergonzosa y dolorosa, Jesús no la evitó”. Esto implica que el amor de Dios por nosotros superó todos los límites y temores humanos, y que cuando aún éramos pecadores (Ro 5:8) Dios se adelantó para encontrarnos con su gracia inmerecida. Con su declaración en la cruz “Consumado es” (Jn 19:30), Jesús concluye esa larga jornada de sufrimiento y amor.

En definitiva, el sufrimiento de Jesús relatado en Juan 19:17-27 no es simplemente un hecho histórico sucedido hace siglos en Palestina, sino un acontecimiento de salvación que sigue aplicándose a cada uno de nosotros hoy. Gracias a que Jesús fue el sacrificio eterno de una sola vez, no necesitamos cargar para siempre con el pesado yugo de nuestro pecado. Sin embargo, al mismo tiempo, a través de las palabras: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16:24), se nos recalca que también nosotros hemos de llevar una vida conforme a la cruz. El pastor David Jang señala la relevancia de este pasaje: Jesús no solo vino a descargarnos de nuestro peso, sino a encaminarnos por el sendero de la “negación de uno mismo”. Ese camino se opone a los valores de este mundo y pertenece al reino de Dios.

En resumen, la crucifixión de Jesús es el acontecimiento decisivo que perfeccionó la salvación de la humanidad, y todos los cristianos recibimos de él el perdón de nuestros pecados, la justificación y la esperanza de la vida eterna. El pastor David Jang recalca que la cruz no debe permanecer como un dogma abstracto o un mero símbolo eclesiástico, sino que debe encarnarse en nuestra vida diaria, tal como lo hizo Jesús. La cruz contiene el amor infinito de Dios, y Jesús, que anduvo ese camino, es nuestro verdadero modelo. Por eso, al contemplar la cruz, vemos tanto nuestro pecado y limitación como la oportunidad de alcanzar la verdadera vida a través del sacrificio y el amor de Jesús.

Así, el profundo significado de Juan 19:17-27 alcanza su máxima expresión al mostrarnos a Jesús, que sube la colina del Gólgota para ser clavado en la cruz. El pastor David Jang nos invita a volver a confirmar que “sin la cruz no hay salvación y sin sufrimiento no hay gloria”. El camino que sigue el cristiano, al imitar a Jesús, es un camino de total entrega y amor. En la cruz encontramos la gracia expiatoria que nos libera del poder del pecado y de la muerte, y esa gracia está disponible para todo el mundo a lo largo de los siglos. Aquel que abrió de par en par esa puerta es Jesús, quien soportó voluntariamente todo el dolor colgado en la cruz. A través de las enseñanzas del pastor David Jang, recordamos esta verdad esencial.


2. El amor que se revela en el sufrimiento de Jesús

Al meditar en la cruz de Jesús, lo primero que suele venir a nuestra mente es la “gracia de la salvación” que se nos ha dado. Sin embargo, esa salvación no se limita al perdón de los pecados, sino que debe obrar en nosotros como una fuerza que transforma por completo nuestra existencia. El pastor David Jang enseña que debemos encontrar aplicaciones prácticas en nuestra vida para que el sufrimiento y el amor de Jesús no se queden en un mero conocimiento doctrinal. Tal como Jesús cargó personalmente con su cruz hasta el Gólgota, nosotros también debemos seguir ese camino.

La primera enseñanza esencial que nos deja la cruz de Jesús es la “obediencia”. En el huerto de Getsemaní, Jesús oró: “No sea como yo quiero, sino como tú quieras” (Mt 26:39) y, en obediencia total al plan del Padre, recorrió el camino de la cruz. Con ello, nos muestra que, aunque tengamos que pagar un alto precio, obedecer a Dios y seguir su voluntad es el verdadero camino de la vida. El pastor David Jang señala que, en la era actual, a menudo olvidamos esa “obediencia sacrificial” debido a que perseguimos la comodidad y el éxito mundano, y nos urge a recuperarla a través de la meditación en la cruz.

En segundo lugar, la cruz de Jesús confirma que la orden “amad a vuestros enemigos” no es una consigna vacía, sino un principio de vida real. Incluso en la cruz, mientras moría, Jesús oró por quienes lo crucificaban. Este amor, incomprensible desde una perspectiva puramente humana, refleja de manera transparente el corazón de Dios. El pastor David Jang enfatiza que este amor no es un mero sentimentalismo ni se reduce a buenas obras morales, sino que constituye una “fuerza sobrenatural” que brota cuando el evangelio da fruto en nosotros. Practicar el amor abnegado no es fácil en un mundo lleno de dolor y conflictos, pero al contemplar la cruz vemos la culminación y el poder de ese amor.

La tercera aplicación práctica es la “negación de uno mismo”. Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. El pastor David Jang explica que, aunque Jesús ya abrió para nosotros el camino de la salvación al cargar con la cruz, cada uno debe decidir si recorre ese camino. Continuamente lidiamos con nuestro egoísmo y los deseos mundanos que nos empujan en dirección contraria a la cruz. Por eso, debemos pedir la ayuda del Espíritu Santo a diario, imitando la obediencia y el sacrificio de Jesús, y adoptando una postura de “negación de nosotros mismos”. Esto no se puede lograr con nuestras propias fuerzas, sino que se hace posible únicamente bajo la gracia que emana de la cruz: un sendero espiritual que recorremos paso a paso.

En cuarto lugar, el sufrimiento de Jesús nos llama a “solidarizarnos con los débiles y a sufrir junto a ellos”. La cruz refleja la soledad absoluta de Jesús, sometido al escarnio y al abandono, pero a la vez, demuestra que Él es el “Emanuel” que sufre con nosotros. El pastor David Jang señala que, cada vez que recordamos la cruz, no debemos olvidar el “amor compasivo y práctico” hacia quienes sufren y son víctimas de injusticias. Solo así la iglesia, como cuerpo de Cristo, mostrará al mundo el amor que Jesús nos pidió que nos demostráramos mutuamente (Jn 13:35).

Asimismo, el sufrimiento de Jesús nos enseña el valor de la “humildad”. Filipenses 2:6-8 describe cómo Jesús, siendo igual a Dios, se despojó a sí mismo tomando la forma de siervo y obedeció hasta la muerte. La cruz representa el lugar más bajo y vergonzoso que el Hijo de Dios podía llegar a ocupar. Sin embargo, lejos de deshonrar su divinidad, el hecho de que se humillara y se hiciera obediente hasta la muerte mostró el corazón de Dios y su justicia a la vez. El pastor David Jang nos insta a aprender de la cruz y a cultivar la humildad, reconociendo lo difícil que nos resulta liberarnos de nuestro deseo de grandeza y poder, pero comprendiendo la bendición espiritual que encierra el despojarnos de nosotros mismos.

Además, la cruz de Jesús presupone la “promesa de la resurrección”. El sufrimiento y la muerte no son ni la última ni la definitiva palabra, sino parte de la historia de la salvación que culmina con la resurrección. El pastor David Jang señala que, así como el sufrimiento de Jesús fue sucedido por la gloria de la resurrección, nuestros dolores también pueden adquirir un sentido pleno bajo la mano de Dios. Aquí radica el núcleo de la fe cristiana: “no existe la resurrección sin la cruz, ni la cruz sin la resurrección”. Si solo miramos la cruz, parece que todo termina en dolor y vergüenza, pero debemos recordar que, más allá de ella, nos aguarda la tumba vacía de Jesús.

En todos estos aspectos, la cruz de Jesús no es un símbolo religioso cualquiera, sino que nos muestra un “modo de vida”. El camino de sufrimiento que siguió Jesús es igualmente el camino de discipulado que debemos transitar, y el pastor David Jang enseña que “conocer la cruz es vivir de acuerdo con ella”. Esto se expresa en acciones concretas: servir con humildad a los demás, no transigir ante la injusticia, entregarnos a quien necesita amor, e incluso amar a quienes se oponen y nos odian. Cuando vivimos de esta manera, el mundo puede reconocer que “el evangelio del que hablan se hace realidad a través del amor y el sacrificio”.

El pastor David Jang también señala la importancia de que la iglesia aplique los principios de la cruz en su vida comunitaria. Es fácil que las iglesias se centren en su organización, programas o crecimiento numérico, descuidando la esencia de la cruz. Sin embargo, el fundamento de la fe cristiana es la muerte y resurrección de Jesucristo, cuyo centro se expresa en el nuevo mandamiento “Amaos los unos a los otros” (Jn 15:12). Este amor, nada abstracto, debe integrarse de manera tangible en la cultura de cada comunidad y en la vida de cada creyente. Se requiere amabilidad mutua, disposición al perdón y la reconciliación en medio de los conflictos, y apertura del corazón hacia los débiles y excluidos del mundo.

Cuando contemplamos la cruz, aprendemos también acerca de la “justicia de Dios”. En ella se ejerció el duro juicio contra el pecado. Jesús no era solo bueno, sino que personificó la justicia de Dios que aborrece al pecado. Aunque no tenía pecado, asumió el pecado de todos y pagó un alto precio. El pastor David Jang explica que de esa realidad emerge la paradoja: “Dios odia el pecado tanto como ama al ser humano”. Esa es la clave que revela la cruz, y a la vez, el gran motor que mueve la vida cristiana.

Todos los milagros y enseñanzas de Jesús alcanzan su clímax decisivo en la cruz. El amor, el servicio, la santidad y el poder que Jesús manifestó se consumaron en la crucifixión. Luego, su resurrección inauguró para nosotros el camino de la vida eterna. El pastor David Jang insiste en que, al mirar la cruz, recordemos siempre que esa senda no fue un fracaso ni una derrota, sino la victoria más grande. A ojos del mundo, Jesús fue ajusticiado como un criminal cualquiera, pero a través de ese acontecimiento se rompió el poder de la muerte y se neutralizó el veneno del pecado, provocando una “revolución espiritual”.

Ese poder del evangelio sigue vivo hoy. Pese a los dos mil años de distancia, para quien recibe a Jesús como Señor y Salvador, la salvación de la cruz permanece vigente, y en la vida cotidiana se experimenta el amor y la gracia de Dios a través del Espíritu Santo. Por ello, según el pastor David Jang, la proclamación del evangelio debe estar siempre centrada en “la cruz y la resurrección”. La sabiduría o la elocuencia humana no bastan para transformar el corazón, pero cuando se acoge de veras el acontecimiento de la cruz, el interior de la persona es renovado.

A menudo, al contemplar la cruz, nos vemos enfrentados a nuestra impotencia, nuestras culpas y pecados. Sin embargo, en ese momento, a través de Jesús crucificado, descubrimos el perdón, la sanidad y la esperanza de Dios. El pastor David Jang expresa este punto diciendo que “la cruz expone nuestro pecado, pero al mismo tiempo proclama el perdón y la salvación”. Muestra la gravedad del pecado humano de la forma más descarnada, pero también la grandiosa gracia de Dios que lo resuelve.

El sufrimiento de Jesús es un sacrificio hecho por nosotros y, a la vez, un ejemplo a seguir. Cuanto más complicada se vuelve nuestra vida y cuanto más el mundo promueve el placer y el egoísmo, más nos interpela la cruz con su humildad, amor, sacrificio y servicio. El pastor David Jang exhorta a los creyentes a retomar una vida “centrada en la cruz” en medio de la sociedad contemporánea, orando y leyendo la Palabra a diario, y practicando de forma concreta la esencia de la cruz en la realidad de cada día. Esta es, precisamente, la razón por la cual el evangelio sigue siendo una fuerza de vida a lo largo de la historia humana.

Al igual que Simón de Cirene, obligado a llevar la cruz de Jesús, a veces nosotros nos enfrentamos a “un servicio o entrega que no deseamos” en un primer momento. Pero en ciertos casos, esa imposición puede ser el punto de partida de la gracia. El pastor David Jang menciona que muchas personas perciben con desgana el servicio en la iglesia, pero a través de ese ministerio, llegan a conocer más profundamente el corazón de Cristo. Cargar con una “cruz ajena” que no escogimos libremente nos conduce a una relación más íntima con Dios y al crecimiento de nuestra fe.

De esta forma, la cruz no está lejos de nuestra vida cotidiana. El sufrimiento de Jesús no es solo una doctrina que se escucha en el culto dominical, ni un suceso histórico que conmemoramos brevemente en Cuaresma. Se trata de una verdad siempre viva y activa para el cristiano. El pastor David Jang afirma que “nuestra vida comienza con la cruz y termina con la cruz, y esa es la plenitud del discipulado”. No significa lograr grandes hazañas, sino que cada uno, allí donde esté, viva siguiendo el ejemplo de Jesús: obediencia, amor, abnegación y la voluntad de participar en el sufrimiento. Así, el mundo podrá ver de manera palpable “el suave aroma de Cristo”.

El pastor David Jang recalca también que cada vez que reflexionamos en la cruz no puede faltar la “arrepentimiento”. Si hablamos del sacrificio de Jesús, pero permanecemos insensibles ante nuestro pecado o no hacemos nada ante la maldad, estamos desvirtuando el valor de la cruz. Aunque Jesús nos liberó de la esclavitud del pecado, esa libertad no es licencia para el desenfreno, sino un medio para practicar la justicia y el amor. Una vez más, el pastor David Jang nos recuerda la advertencia de Pablo: “No recibáis en vano la gracia de Dios” (2 Co 6:1). Arrepentirse no consiste solo en confesar errores pasados, sino en tomar un nuevo rumbo según la voluntad de Dios.

Los beneficios que obtenemos del acontecimiento de la cruz son tan inmensos que es imposible describirlos por completo. La certeza de la salvación, el perdón de los pecados, la fuerza para vivir una vida nueva, una visión distinta del sufrimiento, un motivo de amor para acercarnos a los demás, la humildad, la obediencia, e incluso la esperanza de la resurrección: todo procede del sacrificio de Jesús. El pastor David Jang afirma que “el monte Gólgota es el eje central de la historia humana”, pues la sangre que allí fue derramada tiene el poder de sanar todos los pecados y heridas del mundo.

Al mismo tiempo, la cruz nos proclama la “restauración de la relación con Dios”. El pecado había roto el vínculo entre Dios y el ser humano, pero la crucifixión de Jesús volvió a abrirnos el camino hacia el Padre. No se obtiene a través de ritos religiosos ni de nuestra propia justicia, sino solo al recibir con fe el sacrificio de Jesús. El pastor David Jang denomina a esto “vestirse de la justicia de Cristo”, subrayando que no es por lo que seamos, sino por los méritos de la cruz.

La crucifixión de Jesús cambió la historia y la cultura de la humanidad. El relato de la ejecución de Jesús que aparece en Juan 19:17-27 concentra todo el sufrimiento y el amor que la cruz implica. El pastor David Jang enseña que no debemos limitarnos a observar el camino que Jesús recorrió, sino que debemos participar también en él. Nuestra vida diaria es el escenario donde debe manifestarse el amor de Jesús, su enseñanza y su cruz.

Cuando atesoramos en el corazón el espíritu de la cruz, los cristianos dejamos de ser creyentes encerrados en el templo para convertirnos en la “luz y sal del mundo”, practicando una espiritualidad activa. Según el pastor David Jang, la esencia de la iglesia que vive la cruz es la “comunidad que sirve con humildad, permanece en la verdad y vive en el amor”. En ella, el mundo descubre que la cruz no es simplemente dos maderos cruzados, un instrumento de ejecución, sino el canal de vida que rescata a la humanidad. Es así como testimoniamos con nuestras vidas que “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos” en verdad gobierna sobre todas las naciones y pueblos.

La cruz, en cualquier época, nos hace un llamado. Cuando nuestra fe se tambalea, cuando la culpa o la vergüenza nos abruman, o cuando nos hallamos perdidos en medio de la adversidad, al mirar la cruz comprendemos el nuevo camino que se nos abre con el sufrimiento y el amor de Jesús. El pastor David Jang señala que esa es la fuerza más poderosa del evangelio. Ninguna filosofía o ideología humana puede superar la muerte y el pecado, pero Jesús, crucificado, venció la muerte y, resucitando, quebró el poder del pecado para siempre. Cuando ese amor habita en lo profundo del corazón de cada persona, podemos construir comunidades que se amen y se sirvan mutuamente, y ser testigos de la venida del Reino de Dios en nuestro entorno.

A lo largo de todo este proceso, el pastor David Jang subraya sin cesar que la cruz constituye el fundamento que un cristiano no puede descuidar. Sin el sacrificio de Jesús, no hay salvación; sin el amor de Jesús, no podemos amar de verdad. Así que no debemos contemplar la cruz como un mero adorno en las paredes de la iglesia, sino que el dolor, el sacrificio y el poder de la resurrección que encierra han de renovarnos cada día en lo más profundo de nuestro ser. Solo cuando la cruz se convierte en el centro de nuestra alma, podemos “negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz” para seguirlo en una vida de auténtico discipulado.

La cruz de Jesús no es tan solo un suceso cruel ocurrido en el siglo I de la era común, sino la muestra del amor más grande en la historia de la humanidad. Y nosotros no estamos llamados a ser meros espectadores de este gran drama, sino a participar activamente en él. En el escenario de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, nuestro papel es responder a su amor, encarnar la salvación que Él conquistó y llevar ese amor al mundo. Según el pastor David Jang, la verdadera espiritualidad de la cruz se consuma cuando participamos y actuamos, dejando que Cristo, crucificado y resucitado, se haga vivo de nuevo en nuestro corazón. Así, recibimos el poder de vencer el pecado y la desesperación, y la fuerza para amar y servir a los demás.

De esta manera, el pastor David Jang presenta la escena de la crucifixión descrita en Juan 19:17-27 como el meollo mismo del evangelio y la raíz del discipulado. Al ver que Jesús llevó personalmente la cruz y hasta rechazó la bebida anestésica para aceptar plenamente el dolor, descubrimos el ardiente amor de Dios por nosotros, pecadores. Y con la figura de Simón de Cirene, recordamos que también nosotros estamos llamados a participar en el camino de la cruz. Aunque sea un sendero de sufrimiento, nos conduce a la gloria de la resurrección. Cuando tomamos la cruz firmemente y andamos junto a Jesús, obtenemos verdadera libertad, vida, y construimos una comunidad que testifica el Reino de Dios en este mundo.

Ese es el sentido actual de la expresión “fue crucificado”, y el mensaje que el pastor David Jang no se cansa de anunciar. Por muchos cambios que experimente la sociedad y la cultura, el hecho de que Jesús cargó con nuestros pecados y ascendió al Gólgota no se desvanece ni pierde vigencia. Gracias a su pasión, muerte y resurrección, ahora somos salvos. También nosotros debemos aferrarnos al espíritu de la cruz para ser “sal y luz” en medio de nuestro entorno. Solo así experimentaremos y atestiguaremos que “Jesús Nazareno, Rey de los Judíos” es en verdad el Rey eterno de toda la tierra y de nuestra propia vida.

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