
1. El trasfondo de por qué llevaron primero a Jesús ante Anás
En Juan 18:12-22 aparece la escena en la que Jesús es arrestado y llevado “primero ante Anás”, un episodio de gran relevancia en todos los Evangelios. Al examinar minuciosamente este pasaje, comprendemos de manera integral la naturaleza del poder religioso judío, el trasfondo político y social de la época, el interrogatorio ilegal e injusto que sufrió Jesús, el miedo y el fracaso de sus discípulos, y en última instancia, cómo se revela la misión redentora de Jesucristo. En particular, la perspectiva que el Pastor David Jang ha destacado en múltiples sermones y conferencias —“la corrupción del poder religioso y la historia de salvación que continúa aun en medio de ello”— nos recuerda que este suceso no es simplemente un juicio religioso ocurrido hace 2,000 años, sino que también hoy encierra una lección profunda para nosotros.
Después de su arresto, la guardia, el tribuno y los alguaciles de los judíos ataron a Jesús y lo llevaron de inmediato ante Anás. Este hecho de por sí pone de manifiesto varios aspectos muy significativos. En los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), se da más énfasis al interrogatorio de Jesús frente al sumo sacerdote Caifás. Sin embargo, el Evangelio de Juan subraya que Jesús fue llevado primero ante Anás, revelando así la ilegalidad del proceso judicial y la enorme influencia del poder religioso en la sombra. Originariamente, el cargo de sumo sacerdote era vitalicio, pero en esa época el Imperio romano dominaba la tierra de Judea y, por intereses económicos y lazos políticos, el puesto de sumo sacerdote se sustituía con frecuencia, lo que daba pie a la corrupción. Anás era el epicentro de estos manejos. Ejerció como sumo sacerdote desde el año 6 al 15 d. C., y luego perpetuó su gran poder haciendo que sus cinco hijos ocuparan sucesivamente el sumo sacerdocio. Asimismo, cuando su yerno Caifás ejerció como sumo sacerdote oficial, Anás siguió siendo el verdadero hombre fuerte tras bambalinas. Precisamente Juan 18:13 resalta: “Anás era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año”, en consonancia con esta realidad.
El Pastor David Jang llama la atención sobre este punto, enfatizando que el sumo sacerdote “oficial” ante la vista de todos era Caifás, pero el verdadero artífice que arrestó e interrogó a Jesús era Anás, cabeza de un inmenso cártel religioso. Al mandar llevar primero a Jesús a su casa, Anás optó por un procedimiento personal y discreto en vez de un juicio formal en el Sanedrín, violando así todo protocolo legítimo. La familia sumo sacerdotal, que en teoría debía ser fiel a la Ley, la estaba destruyendo al tramar conspiraciones en secreto durante la noche. De acuerdo con la Ley judía, el Sanedrín no podía reunirse de noche y los juicios debían celebrarse en el patio del Templo. Además, siendo los judíos sumamente escrupulosos con la Ley, el simple hecho de interrogar a Jesús la misma noche en que lo arrestaron evidenciaba una infracción pública de la misma.
El problema no se reducía a que el juicio se llevara a cabo durante la noche —una irregularidad procesal—, sino también a que los cargos contra Jesús eran desde el principio forzados y arbitrarios. Durante el ministerio público de Jesús, los sumos sacerdotes y los dirigentes religiosos intentaron repetidas veces tenderle trampas o acusarlo de blasfemia. Para ellos, expresiones como llamar al Templo “la casa de mi Padre” (Jn 2:16), decir “Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré” (Jn 2:19) o proclamarse “Hijo de Dios” fueron el pretexto para condenarlo a muerte en la cruz. Sin embargo, Jesús siempre enseñó públicamente, sin recurrir a ninguna organización secreta ni a doctrinas engañosas. Por ello, Juan 18:20 recoge que Jesús declara: “Yo públicamente he hablado al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en secreto”.
Aun así, Anás llama a Jesús en privado y le pregunta: “¿Cuál es la doctrina que enseñas y quiénes son tus discípulos?” (cf. Jn 18:19). Era una pregunta hecha con la intención de confirmar el veredicto ya decidido de antemano y hallar alguna “prueba de blasfemia” para imputársela. Según los Evangelios, en un juicio público judío era indispensable la presencia de dos o más testigos que coincidieran, y no se aceptaban falsos testimonios ni declaraciones obtenidas por coacción. Además, Anás, que en ese momento no era el sumo sacerdote en funciones, no tenía autoridad legal para interrogar a Jesús, y el lugar del interrogatorio tampoco era el patio del Templo. No se había convocado todavía una sesión formal del Sanedrín; llevar a Jesús atado ante Anás durante la noche era una transgresión evidente de las leyes y la Ley mosaica.
Ante esto, el Pastor David Jang señala: “Anás personifica la verdadera naturaleza de ese poder religioso corrupto, y su pecado interior fue la raíz de la conversión del Templo en un mercado”. El Templo, controlado por la familia de Anás, se había transformado en un “sistema de venta de sacrificios con fines de lucro”. Aun cuando los fieles llevaban ofrendas sin defecto desde fuera, se las declaraba inadecuadas, obligándolos a comprar animales caros en el interior del Templo. Así, se imponía una carga excesiva a los pobres y se enriquecía la familia sacerdotal. Jesús purificó el Templo para derrocar semejante corrupción, y para esos dirigentes religiosos Jesús se convirtió en una amenaza a su posición privilegiada. Por eso, la conspiración para deshacerse de Él se fue gestando continuamente hasta llegar a su punto álgido en la captura nocturna y el interrogatorio de aquel día.
La frase de Caifás: “Conviene que un hombre muera por el pueblo” (Jn 11:50) refleja que el plan conjunto para sacrificar a Jesús con fines políticos y religiosos ya estaba trazado. Y quien manejaba en la sombra todo ese poder real era Anás. Que Jesús fuera llevado primero ante Anás demuestra que, antes incluso de la tragedia de la cruz, la corrupción secreta del poder religioso era profunda, y describe el entramado del mal que operó cuando Jesús caminó en soledad hacia la corona de espinas.
El pasaje continúa relatando cómo Simón Pedro y otro discípulo conocido del sumo sacerdote siguen a Jesús, y ese discípulo hace que ambos entren en el patio de la casa del sumo sacerdote (Jn 18:15-16). El texto no identifica explícitamente a ese “discípulo que conocía al sumo sacerdote”. La tradición apunta la posibilidad de que fuera el mismo Juan, o algún otro discípulo con influencias; algunos inclusive sugieren que podría haber sido Judas, el traidor. Sea como fuere, el aspecto crucial es que, cuando era imprescindible el testimonio de un discípulo a favor de Jesús —pues legalmente se requerían dos o más testigos en el juicio—, Pedro, presa del miedo, responde: “No le conozco” (Jn 18:17).
El Pastor David Jang destaca que, si bien Pedro tuvo el valor de seguir al Maestro hasta el final para permanecer a su lado, al negarlo en el momento decisivo no pudo cumplir ningún papel de testigo. Del lado de Caifás o Anás ya había un “insider”, Judas, que podía inculpar a Jesús. En un juicio justo, solo la palabra de Judas no habría bastado y habría sido necesaria la declaración de testigos en favor de Jesús. En este contexto adquiere gran relevancia la afirmación del Señor: “Pregúntales a los que han oído lo que yo les he hablado; ellos saben lo que dije” (cf. Jn 18:21). Pero Pedro lo niega tres veces, y los demás discípulos huyen. De esa manera, la verdad de las enseñanzas de Jesús se quedó sin quien la defendiera, en medio de tantos testimonios hostiles.
Juan 18:22 describe una escena violenta: “Cuando Jesús dijo esto, uno de los alguaciles que estaba allí le dio una bofetada, diciendo: ‘¿Así contestas al sumo sacerdote?’”. Jesús, que había apelado al debido proceso legal en el interrogatorio de Anás, es agredido y ultrajado por un sirviente presente en el lugar. Donde debería reinar la Ley y la verdad, los líderes religiosos y sus esbirros actúan con violencia. El Pastor David Jang analiza esta escena señalando: “Donde falta la verdad, abunda la violencia”. En un ambiente marcado por la mentira, la conspiración y la corrupción, Jesús soporta en silencio la humillación de aquel “juicio ilegal”, y enseguida lo llevan ante Caifás y posteriormente ante Pilato, hasta la crucifixión. Pero todo este proceso forma parte en última instancia de la consumación de la historia redentora de Dios, como lo presentan los Evangelios.
El episodio de que Jesús fuera llevado primero ante Anás nos enseña cuán aterrador puede ser el poder religioso que convierte el Templo, “Casa de Dios”, en un “centro de poder y lucro”. Al mismo tiempo, nos muestra a Jesús, que a pesar de enfrentarse a una estructura tremendamente corrupta, no se desvía y asume hasta el fin el camino de la cruz. Este suceso trasciende la salvación individual para inaugurar la renovación y la restauración de la comunidad, abriendo la etapa de un verdadero Templo —el cuerpo del Señor— que tuvo un enorme significado para la Iglesia primitiva. El Pastor David Jang, al exponer este texto, ha subrayado repetidamente que la vida cristiana, a ejemplo de Jesús, debe enfrentar con valentía cualquier injusticia y corrupción estructural, a la vez que la comunidad cristiana ha de guardar particular cuidado de no transitar el “camino de Anás” y caer en la corrupción y la codicia.
En este contexto, se revela un tema central: a través de Jesús se derrumba el “viejo Templo” y se erige el “nuevo Templo”. Cuando Jesús dice: “Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré” (Jn 2:19), no se trataba de un simple desafío a las autoridades religiosas judías. Dado que el Templo de antaño estaba corrompido por el pecado y la codicia, el mismo cuerpo de Jesús se convierte en “un Templo nuevo” al entregarse en la cruz para expiar el pecado y, al resucitar, abrir el camino a la verdadera adoración y salvación. Ese mensaje recorre todo el Evangelio de Juan y es la razón de fondo del choque con las autoridades judías que querían crucificar a Jesús. Anás, con su familia y su deseo de conservar sus intereses y su poder, no pudo reconocer la visión del reino de Dios y del nuevo Templo que Jesús proclamaba. Juan 18:12-22 pone en clara oposición esa perversión y la voluntad firme de Jesús de llegar al Calvario, mostrando cómo el camino de la cruz responde al plan salvador de Dios.
Así, la mención de que Jesús fue “primero conducido ante Anás” encierra una profunda revelación de la desnudez del poder religioso corrupto, de la actitud inquebrantable de Jesús, del temor que llevó a los discípulos a la quiebra, y a la vez de la providencia redentora de Dios que trasciende todo eso. El Pastor David Jang retoma de manera recurrente estas implicaciones espirituales del pasaje y exhorta a las comunidades cristianas de hoy a reflexionar seriamente sobre la corrupción interna y la conversión del poder en tiranía que pueden afectarlas. Es particularmente impactante la escena en la que Jesús, a pesar de recibir un ultraje brutal en un “juicio ilegal”, con cada palabra vuelve a sacar a luz la legitimidad de la Ley y desenmascara la ilegalidad de los líderes religiosos. Ese ejemplo nos invita a no doblegarnos ante los poderes de este mundo y a seguir fielmente la verdad. Además, aunque un creyente caiga en la debilidad y la negación al estilo de Pedro, podemos ser restaurados por el amor y la mano sanadora del Señor.
Al final, este relato marca el comienzo del camino hacia la cruz que Jesús transitará a través de los juicios injustos ante Anás, Caifás y Pilato, hasta culminar con la crucifixión. Al ser llevado primero ante Anás, Jesús denunció al detalle la esencia del poder religioso falso y, al mismo tiempo, reivindicó el sentido auténtico del Templo y de la adoración. El Pastor David Jang expone, a partir de este pasaje, que “ningún poder terrenal puede frenar la verdad y que esta, en medio de toda opresión o violencia, finalmente saldrá a la luz”. La artimaña y los juicios fraudulentos urdidos por Anás evidenciaron aún más que Jesús es verdaderamente Hijo de Dios. El desenlace definitivo es que “el reino de Dios ya ha llegado y Jesús es el vencedor”, como proclama el Evangelio.
Por tanto, el primer tema —“El trasfondo histórico-religioso de por qué llevaron primero a Jesús ante Anás y el sentido profundo de este pasaje”— va más allá de una simple enumeración de datos históricos, pues nos enfrenta a la maldad y la corrupción en acción, y nos hace ver cómo Jesús las confrontó, para que hoy la Iglesia y los fieles discernamos con seriedad qué camino hemos de tomar. El punto central que el Pastor David Jang recalca es que “el sufrimiento que Jesús experimentó de manera tan profunda formaba parte de la proclamación del reino de Dios y de la demolición de un Templo decadente, culminando en la cruz y la resurrección, a fin de traer la salvación completa”. Esa salvación no quedó encerrada en un acontecimiento de hace dos milenios, sino que debe reencarnarse de nuevo en medio de nosotros. De aquí se desprende la llamada a examinarnos sin cesar, tanto a nivel personal como eclesial, para no andar “en la senda de Anás”, sino para seguir “el camino de Jesús”, rechazando la corrupción y la falsedad, y practicando la verdad, la justicia y el amor.
2. El sufrimiento y la cruz de Jesús
El interrogatorio ilegal iniciado en presencia de Anás desemboca en el encuentro con Caifás y, finalmente, ante el tribunal de Pilato, donde Jesús es sentenciado a morir crucificado. Sin embargo, los Evangelios aclaran que su sufrimiento no se reduce a ser víctima de una conspiración política y religiosa. Antes bien, el dolor de Jesús se convierte en el instrumento decisivo del “plan redentor” de Dios. Y este relato de la pasión nos interpela hoy a revisar el sentido del culto y el Templo, nuestra actitud ante la autoridad y la verdad, así como lo que implica ser discípulos. El Pastor David Jang insiste en que la enseñanza de Juan 18:12-22 está estrechamente vinculada al “camino de la cruz” que se desarrolla inmediatamente después. Es decir, desde el patio de Anás, Jesús ya mostraba claramente su identidad de Mesías sufriente, y todo el Evangelio enseña que ese sufrimiento culmina en la gloria de la resurrección.
En primer lugar, el sufrimiento de Jesús cumple las profecías del Antiguo Testamento y, al mismo tiempo, es el canal sagrado por el cual se consuma la expiación del pecado humano. Aun en medio de la maldad y la insensatez extremas representadas por el juicio ilegal de Anás, la conspiración de Caifás y la indecisión de Pilato, el propósito divino nunca se vio frustrado. Aunque Jesús respondiera con valentía: “He hablado públicamente… Pregunta a los que me han oído” (cf. Jn 18:21), lo único que recibió fue afrenta y violencia. Se vislumbra aquí el cumplimiento de las profecías de Isaías sobre el Siervo sufriente (Is 53), que describe al Mesías como Rey, pero que vendría a padecer. Jesús no derrotó el mal por la fuerza, sino tomando forma de siervo, manteniéndose en silencio ante los líderes religiosos corruptos y los poderes del mundo. Ese camino de la humillación se transformó en el sacrificio expiatorio que redime los pecados de la humanidad.
En segundo lugar, el Evangelio de Juan subraya con fuerza que este sufrimiento muestra que no es el Templo como institución lo que salva, sino el propio Jesús, “verdadero Templo”. El Pastor David Jang explica: “El antiguo sistema del Templo, dominado por Anás —es decir, el sacrificio de animales de la antigua Ley— queda completamente renovado por el acontecimiento de la cruz de Jesús”. El momento en que el velo del Templo se rasga de arriba abajo en el instante de la muerte de Jesús (Mt 27:51) simboliza el fin de la antigua economía sacrificial y la apertura de un acceso directo a Dios por medio de Jesucristo. Así, el “Templo de Anás” se derrumba y se inaugura la era de la “gracia” con Jesús como auténtico Templo. No obstante, al igual que los líderes religiosos que rechazaron al verdadero Templo, la Iglesia de hoy, si prioriza tradiciones y su propia autoridad por encima de la presencia de Cristo, corre el peligro de incurrir nuevamente en el error de Anás.
En tercer lugar, la negación de Pedro manifiesta la fragilidad de los discípulos, la cual sigue siendo un espejo en el que podemos vernos hoy. Por más que alguien prometa fidelidad, ante peligros y amenazas de muerte se hace difícil testificar de Jesús con firmeza. Pedro amaba al Señor y era reconocido como el principal de los discípulos; incluso en Getsemaní desenfundó su espada para cortarle la oreja a Malco. Pero en el patio de Anás, cuando le preguntan: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?” (Jn 18:17), Pedro lo niega. El Pastor David Jang señala que, si contemplamos el corazón de Pedro, veremos el enorme amor que le tenía al Señor y a la vez el profundo miedo que lo dominó. Cuando Pedro rompió a llorar asumiendo el pecado de haber negado al Maestro, el Señor resucitado lo restauró junto al lago de Tiberíades (Jn 21). Esto nos confirma que, aunque el discípulo pueda fracasar estrepitosamente, Jesús siempre lo acoge y lo vuelve a levantar. Nosotros también, en nuestra vivencia de fe, podemos caer en la tentación de “negar al Señor” con nuestras palabras o actos. Pero si hay arrepentimiento sincero, el Señor no solo nos perdona, sino que nos devuelve un encargo mayor.
En cuarto lugar, este pasaje nos obliga a reflexionar acerca de cómo la Iglesia se relaciona con el poder secular y cómo maneja la autoridad interna. Anás y su clan encarnan el perfil de quienes “usan el nombre de Dios en función de su propio provecho”. Con su religiosidad hipócrita y su gran riqueza, contaminaron el Templo. Jesús no pactó con ellos, sino que expuso sus faltas purificando el Templo y denunciando su maldad (Jn 2). Cuando la Iglesia vive en el mundo, a veces ha de colaborar o enfrentarse al poder político, económico o cultural. Sin embargo, si la Iglesia misma se corrompe y se vuelve como la familia de Anás —revestida de “piedad aparente” pero movida por la codicia y la ambición de poder—, corre el riesgo de “crucificar a Jesús de nuevo” en este tiempo. En muchos de sus sermones, el Pastor David Jang ha insistido en la “pureza y transparencia de la Iglesia” y en un liderazgo basado en el servicio, recordando que cada creyente es “real sacerdocio” (1 Pe 2:9). Así, no debemos caer en el autoritarismo eclesial ni en deseos mundanos que desvirtúen el Evangelio.
En quinto lugar, el sufrimiento de Jesús termina siendo una “puerta de victoria”. A través de la intriga de Anás, el juicio de Caifás y el interrogatorio de Pilato, Jesús llega a la cruz y, muriendo en ella, completa la obra redentora. Cuando en Juan 19:30 proclama: “Consumado es”, el diablo y el poder del pecado ya han sido derrotados. Mediante la resurrección, Jesús manifiesta el poder de la vida y envía al Espíritu Santo para dar comienzo a la era de la Iglesia (Jn 20). Así, aunque los poderes religiosos y políticos se coludieran para dar muerte a Jesús, la verdad no se quebrantó, sino que salió triunfante en la gloria de la resurrección. Por ende, al contemplar este texto, no debemos limitarnos a la narración de la pasión, sino percatarnos de que este sufrimiento es la expiación ofrecida en favor nuestro, y que a la postre desemboca en la bendición de la resurrección.
En resumen, “el hecho de que Jesús fuera llevado primero ante Anás” invita a la Iglesia de hoy a mirar con ojos críticos el “poder religioso corrupto” y a reflexionar en profundidad sobre la adoración y la fe genuinas. También, a través de “la negación de Pedro” y “la huida de los demás discípulos”, reconocemos nuestras propias debilidades. Pero así como el Resucitado reunió de nuevo a los discípulos y los rehabilitó, hay esperanza para todo aquel que, aun habiendo caído, retorne al Señor. El Pastor David Jang recalca siempre que “la comunidad de discípulos existe y se restaura únicamente por la gracia del Señor, y que el verdadero dueño de la Iglesia no es el hombre, sino Jesucristo”. Él es el cimiento y la roca sobre la cual descansa la Iglesia. Por eso, aunque en algún momento la maldad, el engaño o la corrupción parezcan imponerse, al final la verdad prevalece y el camino de Dios permanece firme.
Este relato además sugiere que en ocasiones es necesario un acto de reforma radical, aun si ello supone un choque frontal con los sistemas religiosos. Al volcar las mesas de los mercaderes en el Templo (Jn 2:13-22), Jesús mostró que si el Templo ha perdido su sentido original y se ha convertido en un mercado, es preciso cambiarlo con firmeza. Por eso, fue perseguido por el poder religioso. Cuando se habla de “reforma” en la Iglesia, debemos recordar la determinación que mostró Jesús. Si hay líderes corruptos al estilo de Anás y todo su círculo de secuaces e injusticia, la Iglesia está llamada a renovarse y purificarse. Y esto solo es posible por la potencia del Evangelio y la ayuda del Espíritu Santo. Con recursos humanos no basta para erradicar la decadencia eclesial. Pero si la reforma se impulsa “con la Palabra del Señor y el poder del Espíritu Santo”, aunque el camino parezca duro y solitario, conducirá a la victoria final.
El Pastor David Jang, en este contexto, enseña que para que la Iglesia cumpla su misión de ser “luz del Evangelio” ante el mundo, antes “debe reformarse internamente”. Si la Iglesia está podrida por dentro y los líderes buscan el provecho y el poder, el Evangelio de la cruz se distorsiona. Como consecuencia, el mundo señala a la Iglesia con el dedo y la evangelización se ve obstaculizada. Al contemplar a Jesús en manos de Anás, podemos palpar las consecuencias nefastas que trae la corrupción interna de la institución religiosa. Así como el Señor mismo fue entregado en manos de la elite del Templo, hoy día la ambición y la codicia al acecho en la Iglesia la enferman y derriban su influencia positiva hacia el mundo.
¿Cómo salir de esta crisis?
- Tomar la vida y las palabras de Jesús como norma suprema. Jesús no cedió ante sumos sacerdotes ni autoridades, sino que se concentró únicamente en cumplir la voluntad del Padre (Jn 4:34). Si la Iglesia hoy está sumida en tradiciones humanas o sometida a líderes que la alejan del espíritu de la Escritura, debe detenerse y volver al camino correcto.
- Anhelar la obra del Espíritu y practicar un arrepentimiento comunitario. Tal como Pedro y los discípulos, tras encontrarse con el Resucitado y recibir al Espíritu en Pentecostés (Hch 2), se transformaron de manera radical, el motor que reanima la Iglesia es la “llenura del Espíritu Santo”. Cuando la Iglesia confiesa sus pecados y regresa a la Palabra y al Espíritu, resurge con vitalidad.
- Poner en práctica el amor y el cuidado mutuo basado en la verdad de la Palabra, en vez de juicios y heridas.Antes de ir a la cruz, Jesús lavó los pies de sus discípulos (Jn 13) y les dio el mandamiento nuevo del amor, mostrando que la esencia de la comunidad eclesial es el amor. Es el polo opuesto a la tiranía de Anás. Un liderazgo que busca dominar a otros dentro de la Iglesia es incompatible con el ejemplo de Jesús, que vino a servir.
- Garantizar la transparencia y la responsabilidad en la estructura administrativa y económica de la Iglesia.La familia de Anás instituyó mecanismos que facilitaban el fraude con los sacrificios en el Templo, lucrándose del culto. Si la Iglesia actual maneja sus fondos y autoridad de forma opaca, los oportunistas pueden infiltrarse y provocar la misma corrupción interna que destruye su credibilidad.
Por medio de esta reforma institucional y espiritual, la Iglesia puede volver a la auténtica adoración. Tal como Jesús dijo: “Nada he hablado en secreto” (Jn 18:20), la Iglesia también debe obrar con justicia y caminar en la luz. De ese modo, frente a las críticas e incredulidad del mundo, podrá predicar el Evangelio con valentía. Así como los discípulos superaron el temor tras Pentecostés y proclamaron con coraje el reino de Dios, la Iglesia auténtica es un instrumento eficaz para extenderlo.
Por consiguiente, la narración de Juan 18:12-22 acerca del sufrimiento de Jesús no pretende culpar únicamente la corrupción del judaísmo del siglo I, sino que refleja, en toda época, la tendencia de la naturaleza pecadora humana a repetirse. A lo largo de la historia de la Iglesia, y también en la actualidad, surgen una y otra vez “líderes tipo Anás”. Por eso, al leer este pasaje, debemos preguntarnos: “¿Será que yo participo en un sistema corrompido? ¿Estoy de veras arraigado en la verdad de Jesús?”. El Pastor David Jang insiste en que “la Iglesia debe comprobar continuamente su identidad a la luz de la Palabra, recordando que lo esencial no es el éxito externo ni el número de miembros, sino la fidelidad al camino de Jesús”.
Al mismo tiempo, a nivel personal, “la negación de Pedro” nos hace ver hasta qué punto somos frágiles. Por mucho que nos esforcemos en la fe, ante la amenaza real contra nuestra seguridad o nuestra vida, podemos negar al Señor. Por eso, no podemos depender únicamente de nuestra firmeza o determinación; necesitamos la ayuda del Espíritu Santo y de la gracia del Resucitado. Desde esa perspectiva, Pedro nos representa a todos y, en el capítulo 21 de Juan, cuando Jesús resucitado aparece a la orilla del lago de Tiberíades y reinstala a Pedro, se revela la mayor esperanza para el cristiano. Aunque hayamos negado tres veces, si nos arrepentimos, Él no se limita a reprendernos, sino que nos confía nuevas misiones.
En conclusión, la frase “lo llevaron primero a Anás” (Jn 18:13) marca el inicio del relato de la pasión de Jesús, y a la vez es la escena decisiva donde se contraponen con nitidez la depravación del poder religioso y la auténtica autoridad de Jesús. El Pastor David Jang, a partir de esta porción bíblica, subraya que la Iglesia y el creyente deben seguir el ejemplo de Jesús, no callar ante la corrupción estructural y alzar la voz de la verdad; si se descubre una perversión semejante, es urgente emprender la reforma con la misma actitud con que Él purificó el Templo. Asimismo, la obediencia de Jesús en su sufrimiento devela el plan de Dios de cargar los pecados del mundo como “el Cordero de Dios” (Jn 1:29). Ese camino conduce, a la postre, a la victoria de la resurrección, tal como proclama el Evangelio.
Contemplar a Jesús en este juicio injusto nos impulsa a revisar la totalidad del acontecimiento de la cruz. La cruz no fue un simple instrumento de ejecución, sino un símbolo del amor absoluto de Dios, que aborrece el pecado pero ama al pecador hasta el extremo. Ese amor no pudo ser detenido por ningún poder humano. Tal como enfatiza una y otra vez el Pastor David Jang, sin la cruz de Jesús el mensaje de salvación en el cristianismo no estaría completo, y sin la resurrección, la muerte en la cruz habría sido el fin de una tragedia. En cambio, la cruz y la resurrección constituyen el núcleo de la historia redentora de Dios, mediante la cual la humanidad recibe nueva vida y una esperanza eterna.
Por todo ello, la Iglesia y los creyentes de hoy cargan con la gran responsabilidad de impedir que surjan líderes eclesiásticos corrompidos a la manera de Anás, y de asumir la pasión de Jesús, defendiendo y anunciando el Evangelio de la cruz. Al recordar la escena donde el Señor defiende la verdad sin ceder un ápice, incluso bajo ultrajes e injusticias, somos llamados a romper nuestras componendas con el mundo y nuestras autojustificaciones, y a vivir con valentía el Evangelio en el poder del Espíritu. Y si alguien se ve dominado por el miedo o llega a negar al Señor, puede hallar consuelo en el ejemplo de Pedro, quien, a pesar de haber caído, fue levantado de nuevo. Esa es la fuerza del Evangelio.
Juan 18:12-22, pues, nos ofrece múltiples lecciones. Expone la corrupción del poder religioso, el coraje y la paciencia de Jesús que lo conducirán a la cruz, la debilidad y la eventual restauración de los discípulos, y el plan salvador de Dios que, derribando el “viejo Templo”, inaugura uno “nuevo”. Para los cristianos, este pasaje confirma que la Iglesia tiene un solo Cabeza, Jesucristo, y que ninguna autoridad humana puede ponerse por encima de la verdad. Asimismo, evidencia que, aunque suframos caídas y vergüenzas, podemos ser renovados en el amor del Señor y en el fuego del Espíritu. El Pastor David Jang sintetiza todo esto diciendo: “El camino de Jesús fue un camino de sufrimiento, pero también de resurrección, en el que se consumó nuestra salvación. De igual forma, quienes vivimos en Jesús, el verdadero Templo, podemos superar toda corrupción religiosa y mundana y gozar la victoria espiritual”. Este es el mensaje vivo que sigue transmitiéndonos el texto “lo llevaron primero a Anás”. Todos los creyentes estamos invitados a acompañar al Señor en su pasión y resurrección, y a resplandecer con la luz del Evangelio en nuestra generación.
www.davidjang.org