David Jang – El anhelo de la eternidad


1. Eclesiastés y los libros de sabiduría

El pastor David Jang clasifica el libro de Eclesiastés dentro de la categoría de “libros de sabiduría” y destaca la importancia que tiene en la Biblia. Según su explicación, el concepto de sabiduría en estos libros no se limita al simple “acumulamiento de conocimientos” o “experiencias de la vida”, sino que apunta a la intuición espiritual que se obtiene al conocer a Dios. Específicamente, Eclesiastés y Proverbios, ambos considerados libros de sabiduría, comparten ciertas características, pero cada uno transmite un mensaje único. Mientras Proverbios ofrece pautas concretas y prácticas para la vida cotidiana, partiendo del gran tema de “temer a Jehová”, Eclesiastés aborda preguntas más existenciales: “¿Qué es la vida humana?”, “Si todo es vanidad, cuál es el verdadero sentido de ello?”, expresando temas más fundamentales y directos.

Una de las palabras clave más representativas de Eclesiastés es “vanidad” (o “hevel” en el hebreo original). El pastor David Jang compara en ocasiones este término con la palabra inglesa meaningless (sin sentido) que aparece en algunas traducciones, explicando que su significado va más allá de “no hay propósito o valor en nada” y que, en realidad, señala la condición fatal de la existencia humana que, en última instancia, regresa a la “nada” (nothingness). Eclesiastés inicia y concluye afirmando esa misma verdad, dando la impresión de una perspectiva pesimista y desoladora sobre la esencia de la vida. Sin embargo, para el pastor David Jang, esta conclusión pesimista, lejos de ser un final cerrado, se convierte en un recurso que revela con mayor profundidad el sentido espiritual. A lo largo del libro se enfatiza que, pese a la sabiduría intelectual (Ec 1) y a la experiencia de los placeres físicos y la riqueza (Ec 2), todo acaba siendo vano. Esta “vanidad” evidencia la finitud del ser humano que, sujeto al tiempo, tarde o temprano morirá y deberá dejarlo todo. Al mismo tiempo, también revela que, sin Dios, es difícil encontrar un verdadero sentido o un valor eterno.

Por consiguiente, como libro de sabiduría, Eclesiastés nos recuerda dos principios que el ser humano tiende a pasar por alto. El primero es que “el hombre muere”. Tal como se menciona en Hebreos 9:27: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”, un principio bíblico que el pastor David Jang recalca en numerosas ocasiones. Esto está en sintonía directa con el tema “todo es vanidad” de Eclesiastés. El hecho de que nada —ni el tiempo, ni el talento, ni los bienes— pueda llevarse más allá de la muerte, nos invita a reflexionar sobre la raíz espiritual de nuestra existencia. El segundo principio es que, en el interior del ser humano, existe un “anhelo de la eternidad” (Ec 3:11) ya implantado. El pastor David Jang señala que, a diferencia de los animales, los seres humanos sí reflexionan acerca de “qué hay más allá de la muerte”, “cuál es el propósito fundamental de la vida”. Esa inquietud refleja el anhelo de la eternidad que Dios ha puesto dentro de cada uno.

Para el pastor David Jang, la forma en que Eclesiastés comienza afirmando que “la vida es vana” y concluye en el capítulo 12 con “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud” (Ec 12:1) concentra la esencia del libro como texto sapiencial. Sostiene que si uno es consciente de que la propia existencia finalmente desemboca en la vanidad, lo realmente sabio es recordar y aferrarse al Creador mientras se está “en los días de la juventud”. Esta juventud no se limita al factor cronológico, sino que se entiende como la etapa en la que el corazón es puro y la pasión de la fe está más viva. En el versículo 8 del capítulo 12: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, se reafirma que, al final, todo (propiedades, conocimientos, honores) resulta efímero. Y es precisamente este reconocimiento el que sirve de punto de partida para la verdadera comprensión de nuestra naturaleza espiritual.

En este sentido, el pastor David Jang subraya la premisa central del libro de Proverbios: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Aunque el conocimiento humano progrese y la ciencia avance, si no está cimentado en el “temor de Jehová”, se mantiene en un plano limitado y provisional, y, tal como expone Eclesiastés, acaba absorbiéndose en la vanidad. De este modo, Proverbios y Eclesiastés, tomados como un par dentro de los libros de sabiduría, generan un equilibrio entre dos conceptos que parecieran opuestos —el temor (Proverbios) y la vanidad (Eclesiastés)—, brindando una visión penetrante de la existencia humana y la fe. El pastor David Jang hace hincapié en la importancia de aplicar las enseñanzas de estos libros a cada época y generación, exhortando no solo a los jóvenes, sino a personas de todas las edades a no ignorar lo efímero de la vida y, a través de su comprensión, temer más a Dios.

Además, subraya la relevancia de considerar Eclesiastés 3:1 y 3:11 en conjunto. “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec 3:1) se conecta con “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ec 3:11). Ambas citas hablan del tiempo finito del hombre, de la eternidad divina y del misterio y reverencia que genera en el ser humano. “El tiempo” no se refiere únicamente al transcurrir cronológico, sino también a la llegada de puntos específicos en los que se cumple un propósito. El pastor David Jang explica que el “anhelo de la eternidad” en nuestro interior es el motor que nos lleva a trascender la temporalidad limitada de este mundo y entrar en la eternidad de Dios. Así, Eclesiastés, en su rol de libro de sabiduría, transmite un mensaje directo a los creyentes: “Reflexiona sobre tu vida, reconoce la muerte y mira hacia la eternidad”.

Sin embargo, es un mensaje que no solo se aplica a los jóvenes, sino también a los ancianos: todos, sin excepción, tenemos que enfrentar la muerte, y ante ella, toda propiedad, conocimiento o prestigio vuelven a la nada. Según el pastor David Jang, aunque esta sea una declaración que roza lo trágico, encierra una gran oportunidad para que descienda la sabiduría celestial en quienes se dan cuenta de su fugacidad. Insiste en que, precisamente cuando uno se hace consciente de la vanidad y la muerte, se puede ir más allá de la tragedia. En la perspectiva del Nuevo Testamento, el camino para trascender la tragedia que señala Eclesiastés se encuentra en la “vida eterna y el cielo” ofrecidos por Jesucristo. Por ello, la proclamación de la vanidad en Eclesiastés funciona como la sed que hace que el sediento busque el agua. Despierta el anhelo espiritual y conduce a Jesús, en quien se descubre la verdadera senda de la vida.

En este punto, el pastor David Jang también llama la atención sobre la perspectiva de muchos científicos. Afirma que, al contemplar el orden sumamente minucioso y la vastedad del universo, muchos investigadores sienten reverencia, y esa experiencia les conduce a reconocer la existencia de una deidad. Romanos 1:20 —“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa”— refuerza esa idea. Ante la complejidad y sofisticación de la naturaleza, se hace difícil negar la existencia de un Creador. Así, la vanidad de la que habla Eclesiastés recuerda la fragilidad de la existencia humana, pero a la vez se convierte en una puerta que nos permite reconocer el mundo creado por Dios y Su plan eterno. El camino de quien busca comprender la esencia de la vida es, precisamente, el de quien asume la realidad de la muerte y se vuelve al Creador, como insiste el predicador.

Además, el pastor David Jang resalta la crudeza de Eclesiastés cuando describe “acuérdate de tu Creador antes de que vengan los días malos”. Utilizando ejemplos de cómo se debilita el cuerpo con la edad —la vista se oscurece, los oídos oyen mal, tiemblan las piernas y se caen los dientes—, Eclesiastés ilustra cuán rápido se deteriora la vida. Muchas personas solo se plantean el propósito de su existencia cuando ya entran en la vejez, momento en que el cuerpo y la mente se han marchitado, y reaccionar se torna más difícil. En cambio, la sabiduría que se deriva de creer en Dios y poner la mirada en la eternidad debe comenzar en la juventud, cuando uno está en la etapa más enérgica y apasionada. El libro nos lleva a comprender la vanidad para no estancarnos en el pesimismo, sino emplearla como trampolín hacia la senda de la verdadera vida. Este es, en esencia, el mensaje central que el pastor David Jang recalca de Eclesiastés.

De esta manera, los ejes de Eclesiastés —vanidad, muerte y “recordar al Creador”— se convierten en temas universales y contundentes que abarcan toda la trayectoria humana, desde la juventud hasta la vejez. El pastor David Jang subraya repetidamente este mensaje, exhortando a los miembros de la iglesia y al público en general a interiorizar tanto la “conciencia de la muerte” como el “anhelo de la eternidad”. En particular, enfatiza la necesidad de que la iglesia enseñe esta verdad desde edades tempranas, de modo que las nuevas generaciones reconozcan desde niños la esencia de la vida y su final. Porque el ser humano no es solo corporal, sino también espiritual, y es el espíritu el que anhela la verdad.

En este punto, las dos rutas —“el temor de Jehová” representado por Proverbios y “la vanidad de la vida y la memoria del Creador” expuesta en Eclesiastés— convergen y dan frutos similares, según el pastor David Jang. El fundamento de la sabiduría consiste en conocer a Dios y temerlo. De Él emanan todos los valores y sentidos auténticos. Sin esa relación de reverencia, por muy grande que sea el conocimiento humano, no se eleva a un valor eterno (eternal value).

Así, el propósito fundamental que el pastor David Jang desea comunicar al subrayar Eclesiastés se puede resumir así: “El ser humano es finito, ante la muerte lo deja todo, y la verdadera sabiduría consiste en recordar al Creador y aferrarse a la eternidad”. Él lo expone con diferentes ejemplos y referencias bíblicas, subrayando que este no es solo un mensaje para la iglesia, sino también para el mundo. Advierte que quien ignora esta verdad experimentará tarde o temprano cómo todo aquello que construyó con tanto esfuerzo se desvanece, sin hallar sosiego para su alma. No obstante, si uno se apropia de la sabiduría que presenta Eclesiastés, su vida se alinea con el tiempo (Time) y el propósito (Date) que Dios ha establecido. Y es así como, finalmente, llega a disfrutar el verdadero sentido de “el anhelo de la eternidad” que habita en nuestro interior.


2. La finitud humana y la eternidad

La pregunta esencial que el pastor David Jang plantea a través de Eclesiastés es: “¿Por qué la vida humana es vana?” y “¿Cómo superar esa vanidad?”. Se trata de un contraste entre la finitud del hombre y la esperanza eterna que brinda Dios. El ser humano, sujeto a limitaciones de tiempo y espacio, no puede evitar la muerte, por mucho que alcance altas cuotas de conocimiento, acumule riqueza o busque placeres. El predicador reitera esta idea con la palabra “vanidad”, y el pastor David Jang la explica con expresiones bíblicas como “retorno a la nada” o “extinción definitiva”.

¿Por qué, entonces, Dios habría dado esa “vanidad” al ser humano? El pastor David Jang centra la respuesta en Eclesiastés 3:11: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos”. Para él, ese anhelo de la eternidad que reside en lo profundo del ser humano es el impulso más poderoso que nos orienta hacia Dios. Los animales no se preguntan por el sentido de su existencia ni reflexionan acerca de su estado después de la muerte, pero las personas sí se cuestionan siempre: “¿Por qué existimos?”, “¿Por qué morimos?”, “¿Qué habrá después de la muerte?”. Esta sed espiritual es lo que Eclesiastés llama “anhelar la eternidad”. El pastor David Jang la define, por ende, como una suerte de “instinto de fe interiorizado”, insistiendo en que, aunque alguien no haya sido instruido religiosamente, el descubrimiento del asombro cósmico o el misterio de la vida lo llevará a preguntarse de forma espontánea por un ser supremo.

Sin embargo, señala también que las personas suelen pretender saciar ese anhelo espiritual con los placeres terrenales, el dinero o el poder. En Eclesiastés 1 y 2, el autor (el Predicador) describe todo tipo de deleites y placeres, y confiesa que todos le parecieron fugaces y vanos. El contexto actual no es diferente. La sociedad contemporánea ofrece abundancia de recursos materiales, entretenimiento y una sobreabundancia de información, pero nada de ello satisface plenamente el anhelo espiritual del hombre. Más bien, este deseo se intensifica. Desde esa perspectiva, el pastor David Jang afirma que, sin Dios, el ser humano dirige sus esfuerzos y acumula bienes de manera ciega, pero, frente a la muerte, todo se revela inútil. Y es entonces cuando resurge la conclusión de Eclesiastés: “Todo es vanidad”.

No obstante, para el pastor David Jang, este punto no es el “fin”, sino el “inicio”. Reconocer la “vanidad” significa que se abre la oportunidad de volverse hacia Dios, que es la Verdad. Cuando el hombre comprende sus propios límites, naturalmente busca a un “Ser que trascienda esos límites”. No se trata de un asunto que la razón o la perfección moral puedan solventar, sino de una solución que proviene únicamente del Creador. Según el Nuevo Testamento, la muerte y el poder del pecado se rompen por medio de la cruz y la resurrección de Jesucristo, y así se nos concede “vida eterna”: esta es, en última instancia, la respuesta al problema de la vanidad planteado en Eclesiastés.

En este sentido, el pastor David Jang formula la pregunta: “¿Estamos viviendo o estamos muriendo?”. El hombre es un ser trágico que camina día tras día hacia la muerte. Pero la forma de superar esa tragedia (beyond tragedy) es abrazar la esperanza de la vida eterna y el cielo que Jesucristo nos prometió. Al hacerlo, uno atraviesa el abismo de la vanidad descrita en Eclesiastés y encuentra el verdadero sentido y valor. El pastor David Jang lo explica con dos ideas. Primera: “Ya tenemos algo más valioso en nuestro interior”. Se basa en Hechos 3:6, donde Pedro declara: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy”. Es decir, aunque no se posean riquezas materiales ni poder terrenal, quien tiene a Jesucristo posee el valor eterno. Segunda: “El presente está conectado con la eternidad”. Nuestros días no están fragmentados, sino que se prolongan con sentido en la perspectiva de la eternidad. Cada paso que se da en fe forma parte del Reino de Dios. Es lo que algunos teólogos denominan “ahora eterno” (eternal now). Incluso las tragedias humanas adquieren un significado renovado en las promesas de Dios, y ese sufrimiento puede transformarse hacia la eternidad.

Con este énfasis, el pastor David Jang expone también cómo debe vivir la comunidad cristiana en medio del mundo. Un creyente que reconoce la esencia de la vida no puede convertirse en esclavo de sus posesiones materiales. Cuando Jesús llamó a sus discípulos, dijo: “Os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19), y antes de ascender al cielo, les ordenó: “Hasta lo último de la tierra, sed mis testigos” (Hch 1:8). Es el llamado conocido como la “Gran Comisión”. Pero si la iglesia se apega únicamente a la comodidad material y se obsesiona con poseer más, acabará convirtiéndose en un “ciego que guía a otro ciego”. De ahí que el pastor David Jang resuma la esencia del mensaje cristiano en “superar la obsesión por poseer”. Por supuesto, trabajar y obtener ingresos es parte necesaria de la vida, pero no puede ser la meta final, sino que debemos buscar “el reino de Dios y su justicia” (Mt 6:33). Solo así es posible experimentar la auténtica plenitud. Y ese es, en palabras de él, el modo de vivir “en este mundo con una vida limitada en el tiempo, pero con la perspectiva eterna de Dios”.

Para que la iglesia cumpla esta misión colectivamente, el pastor David Jang alude a Gálatas 6:2: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”. La actitud de sobrellevar mutuamente las cargas en la fe es, precisamente, la “ley de Cristo”. Cuando esto se practica, la iglesia puede construir una cultura de amor y servicio que difiera de la que predomina en el mundo. El error común es “intentar traspasar nuestras cargas a los demás”, cuando lo que enseña el ejemplo de Jesús es un amor sacrificial que llega hasta ofrecer la propia vida por nosotros. El pastor David Jang insiste en que si como creyentes nos servimos y entregamos los unos a los otros, la iglesia podrá ejercer su rol evangelizador y misionero de forma genuina.

Desde esta perspectiva, el pastor David Jang también menciona la necesidad de organización y sistemas concretos para que la iglesia cumpla el mandato del Señor en la historia. Jesucristo ordenó “predicar el evangelio hasta los confines de la tierra” y “hacer discípulos a todas las naciones” (Mt 28:19-20). Para ello, se requieren bases (centros), instalaciones y una comprensión cultural que haga posible la obra misionera. A algunos les preocupa que construir bases sólidas y tener recursos económicos pueda ser una manera de “acumular posesiones”, pero el pastor David Jang explica que todo esto son “herramientas” indispensables para la misión que se nos ha encomendado. Lo que importa es si utilizamos esas posesiones para el reino de Dios o si las retiene uno para la ambición personal.

De hecho, el pastor David Jang se refiere frecuentemente a la trayectoria histórica de la comunidad a la que ha pertenecido o dirigido, resaltando que en los primeros tiempos no tenían nada y, sin embargo, se basaban en Habacuc 3:17-18: “Aunque la higuera no florezca ni haya frutos en las vides… con todo, yo me alegraré en Jehová”. También menciona que, con el paso del tiempo, Dios permitió el desarrollo de diversas instalaciones y recursos. Pero insiste en recordar que todo se ha dado con el propósito de “cuidar de las personas, compartir el evangelio en distintas culturas y orientar la misión hacia todo el mundo”. Mientras no se pierda la conciencia de la vanidad humana y de que solo Dios es a quien debemos aferrarnos con urgencia, podremos mantenernos en la humildad y dedicar esos recursos al propósito divino.

El pastor David Jang recalca que, cuando uno reconoce la finitud humana, es capaz de distinguir con claridad lo que realmente importa en la vida. Eclesiastés 12 describe la escena donde “se rompe el cordón de plata y se quiebra la vasija de oro”, y “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec 12:7), recordándonos el “final ineludible” al que todo ser humano se enfrenta. Esta perspectiva del fin nos impele a dejar la soberbia y la codicia, y a aferrarnos a las cosas “espirituales”, que son las de valor auténtico. Según el pastor David Jang, todo el capítulo 12, al describir el proceso de envejecimiento (el oscurecimiento de la vista, la pérdida de audición, la caída de los dientes, la cabellera encanecida como el florecer del almendro), nos hace comprender que la vejez y el declive físico son inevitables. Por tanto, el propósito de la vida debe centrarse en buscar el reino y la justicia de Dios, y en amar y servir a los demás, en lugar de encaminarse a la vanagloria y el egoísmo.

La clave de la insistencia del pastor David Jang es aclarar que “la vanidad” que describe Eclesiastés no propone un credo pesimista o nihilista. Más bien, actúa como el detonante que impulsa el crecimiento de la fe. Quien sabe que ha de morir valora más la vida, y, al comprender la futilidad de aferrarse a posesiones o poder, se libra de la necedad. También desarrolla la compasión necesaria para percibir las necesidades espirituales del prójimo, viviendo conforme a Gálatas 6:2 y cumpliendo la ley de Cristo. El pastor David Jang insta a proclamar con mayor fuerza este mensaje en temporadas como el Adviento (Navidad), cuando se recuerda la llegada de Jesús al mundo. Conmemorar la Navidad significa reconocer que “Dios se hizo hombre para invitarnos a la eternidad”. Al pensar en la encarnación de Cristo, salimos de la finitud humana para entrar en la esperanza de la vida eterna, es decir, el cielo. De modo que la Navidad debe celebrarse con plena consciencia de esta verdad y de la alegría que conlleva.

Con más razón, “la vida pasa como una flecha” cobra sentido cuando tenemos claro lo corto de nuestro tiempo. Saber que “todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec 3:1) es una verdad que el creyente debe asimilar con mayor seriedad. Frases como “haz hoy lo que tengas que hacer, no lo postergues para mañana” se convierten en máximas de alcance espiritual. El pastor David Jang aplica este principio a la estrategia misionera de la iglesia. Para “convertirnos en pescadores de hombres”, según las palabras de Jesús, es vital aprovechar el tiempo y las oportunidades. Por eso, la iglesia suele poner un enfoque especial en predicar a la juventud. Mientras la vida no esté tan inmersa en las experiencias terrenales, existe mayor apertura a recibir el evangelio y el fruto puede multiplicarse. El pastor David Jang recalca una y otra vez la relevancia de “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud” (Ec 12:1).

En conclusión, el mensaje del pastor David Jang a través de Eclesiastés se resume en: “El hombre muere, pero tiene un anhelo de eternidad que solo Dios puede colmar”. Ignorar la finitud equivale a vivir atado a pasiones vanas y acciones sin dirección, que concluyen en la nada. Pero quien asume su finitud y recibe la vida eterna que Dios ofrece, comprende el sentido y el propósito de la existencia, y se mueve a ayudar a otros y a difundir el evangelio. Este es el verdadero camino de la sabiduría que proclama Eclesiastés: la declaración “todo es vanidad” no es sino el regalo paradójico que nos impulsa a volver la mirada a Dios.

El pastor David Jang propone que la iglesia y sus fieles no teman ni rehúyan la “vanidad” descrita en Eclesiastés. Precisamente al confrontarla, reconocemos cuán valiosa es la existencia de Dios y la promesa de la vida eterna. Esa es la motivación primaria para comprender en profundidad el nacimiento, la muerte y la resurrección de Jesucristo, así como la “Gran Comisión” de llevar el evangelio hasta lo último de la tierra. La vida humana, sin Dios, se queda vacía ante la muerte, mientras que, en Dios, se abre a la eternidad y alcanza la victoria definitiva. Vivir con verdadero sentido implica abrazar ese anhelo de lo eterno y la certeza de la fe. El pastor David Jang enfatiza que la iglesia es llamada a transmitir esta realidad a diario, despertando en los no creyentes también ese “anhelo de la eternidad”. Sólo así, jóvenes, adultos y ancianos se percatarán de que su vida no es un viaje casual, sino parte de un plan admirable en la soberanía divina. Alabarán a Aquel que hace “todas las cosas hermosas en su tiempo” (Ec 3:11).

En definitiva, el pastor David Jang recalca que, por muy grandes que sean nuestras proezas en la tierra, ninguno puede conservar su propia vida para siempre. Toda la Biblia atestigua que, como descendientes de Adán, estamos destinados a la muerte. Sin embargo, el “anhelo de la eternidad” que Dios ha puesto en nosotros nos impulsa a transcender los valores perecederos y corrompibles para acceder a la verdad espiritual. Sin este anhelo, cada quien crea su propia norma subjetiva y entra en conflicto con la norma de los demás, terminando la vida en la más profunda inanidad. Mas si reconocemos el orden que Dios estableció en el mundo, asumimos la finitud humana y abrazamos la salvación ofrecida por Jesucristo, podremos vivir con esperanza en lugar de desesperación. La “vanidad” que describe Eclesiastés, pues, se convierte en un conducto hacia la Verdad divina. Esta enseñanza de los libros de sabiduría posee un poder transformador para todas las generaciones, insiste el pastor David Jang. Por ello, la iglesia debe enseñar la “búsqueda de lo eterno” que proclama Eclesiastés y el “temor de Jehová” que señala Proverbios, integrándolos de manera constante para que el rebaño los aprenda y practique.

La visión del pastor David Jang acerca de Eclesiastés, indagando en la brecha entre la finitud de la vida humana y la eternidad, nos invita a mirar con atención el eco de la frase “vanidad de vanidades” (Ec 1:2; 12:8). Nos recuerda que únicamente al aferrarnos a la gracia de Dios, la vida adquiere su sentido verdadero. Esa gracia, prefigurada en el lamento del predicador en el Antiguo Testamento, se completa con el evangelio de Jesucristo en el Nuevo Testamento. Este mensaje no es opcional en la fe cristiana, sino un pilar innegociable, señala el pastor David Jang. “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud” (Ec 12:1) implica una exhortación urgente y valiosa; y “todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec 3:1) nos advierte sobre nuestra limitada existencia. Cada respiración que tomamos es, en realidad, una oportunidad espiritual sumamente valiosa. Si respondemos con reverencia a Dios en este tiempo, recibimos la “vida eterna”. Para el pastor David Jang, ese es el fundamento que ilumina el sentido de la Navidad, la vida cristiana y la misión de la iglesia. Cuando discernimos lo que verdaderamente importa, incluso en medio de las limitaciones, miramos a la eternidad y asumimos la tarea de “llevar las cargas los unos de los otros”, cumpliendo la ley de Cristo. Solo así se realiza en la práctica la sabiduría de Eclesiastés, y esa es la senda que conduce a la bendición suprema de la vida.

En última instancia, según el pastor David Jang, el ser humano, por poderoso que llegue a ser en este mundo, no puede eludir su mortalidad. Tal como testifica la Biblia, tarde o temprano moriremos. Con todo, Dios ha grabado en nuestro corazón un “anhelo de la eternidad” para que no quedemos atrapados en lo transitorio y corruptible, sino que nos conduzcamos hacia la verdad eterna. Si se ignora ese anhelo, el hombre pronto fabrica sus propias normas y valores, colisiona con los de los demás y termina por consumir su vida en la vacuidad. Pero quien reconoce el orden divino de la creación, asume su condición finita y se aferra a la gracia salvadora de Jesucristo, vive con esperanza en vez de desesperación. De ahí que la “vanidad” de Eclesiastés sea en verdad un sendero que nos lleva a Dios. Esta sabiduría bíblica es tan potente que puede vivificar a cada generación, insiste el pastor David Jang. Por ello, la iglesia ha de combinar sin cesar el mensaje de “anhelar lo eterno” que transmite Eclesiastés y el de “temer a Jehová” que enfatiza Proverbios, enseñándolos juntos y guiando a los fieles a aplicarlos en su vida.

De este modo, la lectura que el pastor David Jang hace de Eclesiastés nos obliga a contemplar a fondo la distancia que separa la finitud de nuestra existencia y la eternidad. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec 1:2; 12:8) nos sacude para comprender que la vida únicamente halla significado verdadero en la gracia de Dios. Tal gracia no se detiene en la lamentación del predicador del Antiguo Testamento, sino que culmina en el evangelio de Jesucristo en el Nuevo. Para el pastor David Jang, esto constituye una verdad absoluta, no negociable. “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud” (Ec 12:1) y “Todo lo hizo hermoso en su tiempo” (Ec 3:11) se funden en un mensaje de urgencia y esperanza que nos revela la inmensa importancia espiritual del instante presente. Quien aprovecha esta oportunidad para temer a Dios recibe el don de la vida eterna. Es esta la verdad que ilumina la Navidad, la vida cristiana y la comunión de la iglesia. Cuando, en comunidad, aprendemos a valorar lo más importante y, pese a nuestras limitaciones, miramos con confianza a la eternidad, surge un compromiso de “llevar las cargas los unos de los otros”, cumpliendo la Ley de Cristo. Así, la sabiduría de Eclesiastés cobra vida práctica, y llegamos a participar del supremo regalo de la vida eterna, superando finalmente toda vanidad.

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